La Cuaresma está llegando a su fin.
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Esta mañana sentí un llamado, como una necesidad, a la oración, y pasar a solas un rato con Dios. Vida, mi esposa, salió con su hermana y su mamá para hacer unos mandados. Yo decidí permanecer en casa.
Me quedé reflexionando en la vida y lo maravillosa que es. Luego pensé en el tiempo. Muchos quisieran poder detenerlo. Pero todos inexorablemente envejecen. Y comprenden que el tiempo no les pertenece. No pueden detenerlo, ni comprarlo, ni conseguir más del que Dios les tiene reservado.
Al final te das cuenta que la vida es un don maravilloso, una gracia que se nos da, la oportunidad de ser felices en este mundo temporal, hacer felices a otros con nuestras buenas obras y ser dignos embajadores de Dios.
Luego acudí a mi Biblia, la que a veces olvido, a pesar del propósito de leerla y nutrir mi alma. La abrí y leí estas palabras enriquecedoras :
“Tú, en cambio, cuando vayas a orar, entra en tu aposento y, después de cerrar la puerta, ora a tu Padre, que está allí, en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará. Y al orar, no charléis mucho, como los gentiles, que se figuran que por su palabrería van a ser escuchados. No seáis como ellos, porque vuestro Padre sabe lo que necesitáis antes de pedírselo. Vosotros, pues, orad así: Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu Nombre; venga tu Reino; hágase tu Voluntad así en la tierra como en el cielo…” (Mateo 6, 6-10)
Me encanta percibir la presencia de Dios, estando a solas y cuando habita en los demás. Y sabes que es Él.
Esta mañana, de pronto sentí que debía rezar, cerré la puerta de mi aposento e hice tal cual me indicaban en las Escrituras. Recé…
“Padre…”
Tenía la certeza que algo extraordinario podría ocurrir.
Seguí rezando y volví a repetir:
“Padre”.
Pero no pasaba de esta palabra maravillosa, extraordinaria, llena de significados. Me recordaba que Dios, el creador de todo lo que existe, es mi padre, nuestro padre.
Y volví maravillado a llamarlo: “Padre”.
Es como si Dios, desde el cielo, volteara a verte. Sientes que busca a alguien justo y le dices: “Te equivocas, no soy yo. Miras a un hombre pecador”. Y recuerdas con tristeza el salmo 53:
“Se asoma Dios desde el cielo, mira a los hijos de Adán, para ver si hay alguno que valga, alguien que busque a Dios”.
Solía decirle: “Quiero ser yo, Señor, aquél que buscas asomado desde el cielo, quien te dé alegrías y te recuerde que tus hijos te amamos, te buscamos impacientes y anhelamos tu presencia amorosa”.
Creo que podemos esmerarnos en vivir su Palabra y agradarle con nuestros actos y nuestras vidas.
Ahora te dejo querido lector, deseo seguir y terminar este momento de oración.
Dios me espera, nos espera a todos.
Quiere que te acuerdes de Él, que lo busques, lo conozcas y lo ames.
Créeme, vale la pena vivir en su dulce presencia.
Gracias por acompañarme este ratito.
¡Dios te bendiga!
…………..
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