Creo que en alguna ocasión te lo he contado. Me encanta leer libros de espiritualidad sobre todo la vida de los santos. Aprendo muchísimo de ellos. Es curioso descubrirlos como personas corrientes, normales, como un vecino que vive cerca de ti. Se van diferenciando con sus acciones y el tiempo.
Han optado por gastar sus vidas por algo más grande que ellos, alguien, Dios.
El Cura de Ars incentivaba la buena lectura con libros de espiritualidad para nuestra fe y santificación: “Leamos sobre todo la vida de algún santo, donde veremos lo que ellos hacían para santificarse; esto nos alentará”.
Leer sus biografías es enriquecedor, no te imaginas cuánto puede ayudarte. La clave está en aprender que hicieron para santificarse. El llamado a la santidad es para ti, en estos momentos oscuros que vive el mundo: “Sed santos como vuestro Padre celestial es santo” (Mt 5,48)
Recuerdo un pequeño listado que hice una vez. Soñaba con ser un santo, como ellos, pero invisible, que solo Dios lo supiera.
- Eran felices.
- Vivieron el Evangelio.
- Dedicaban mucho tiempo a la oración y Adoración Eucarística.
- Eran grandes devotos de san José y la Virgen María.
- Buscaban agradar a Dios antes que a los hombres.
- Iban contra la corriente del mundo.
- Aceptaban y ofrecían sus sufrimientos.
- Amaron mucho y perdonaron todo.
- Huyeron de las tentaciones del demonio.
- Eran amables y misericordiosos con todos.
- Llegaron a ser un reflejo del amor de Jesús.
- Sabían que no estaban exentos de las pruebas y el sufrimiento.
Algo que me llama poderosamente la atención al leer sus vidas es la profunda convicción que sin Dios nada pueden y saben dónde encontrar las respuestas a sus inquietudes. Estaban claros a lo que enfrentarían.
“Si te has decidido a servir al Señor, prepárate para la prueba” (Eclesiástico 2,1)
Cuando alguien les preguntaba de dónde obtenían tal sabiduría, tales conocimientos asombrosos, se acercaban humildemente a un reclinatorio en sus cuartos con una cruz colgada en la pared. Señalan el reclinatorio, luego la cruz y respondían que, “en largos ratos de oración devota y profunda, ante Jesús en la Cruz”.
Meditar y orar ante cruz es la escuela de los grandes santos de nuestra Iglesia. Por eso pasaban tanto tiempo, de rodillas, rezando.
“Pues la predicación de la cruz es una necedad para los que se pierden; mas para los que se salvan – para nosotros – es fuerza de Dios.”
(1 Corintios, 1)
¿La cruz? Sí, conviene meditar más. Decía santa Rosa de Lima: “Fuera de la cruz no hay otra escalera para subir al cielo”.
¿Y qué debo hacer ahora? Sé feliz. Luego abre tu Biblia. Busca Mateo 16, 24 y lee:
”Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame.”