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Cuando Perdonar se hace casi «IMPOSIBLE» (Un testimonio fuertísimo)

ASSOCIATED PRESS/East News

Claudio de Castro - publicado el 15/08/19

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Era jueves. Me encontraba en la misa de la tarde. Te he comentado que me encanta escuchar con detenimiento las homilías de los sacerdotes. Siempre encuentro en ellas palabras de consuelo, hermosas reflexiones e historias sorprendentes.

Esa tarde el padre se detuvo un segundo, nos miró fijamente, habló del perdón y nos contó la historia extraordinaria que hoy te comparto. Me impactó profundamente. A los días fui a verlo y me autorizó a escribirla y publicarla. Los nombres, por razones evidentes, los omito.

Ocurrió en 1936, en Navarra España. En esos días, vivíamos en un pueblo pequeño de apenas 3,000 habitantes. Allí vivía también mi abuelo con mi abuela. Él era guardador de bosques. Todas las mañanas salía a trabajar con su caballo, su rifle, su reloj de oro. Era jefe de los guardadores de bosques. Por querer ganar un poquito más, mi abuelo se inscribió en la Unión General de los Trabajadores. Pero llegó a República y comenzaron a hacer una “limpia” de todos aquellos que creían eran extremistas. Y entre lo que seleccionaron del pueblo, estaba mi abuelo, un hombre pacifista que nunca se metió con nadie.

Aquél fatídico fin de semana, a las dos de la madrugada, tocaron su puerta. A un vecino y a él los sacaron de sus casas y los llevaron a la cárcel.  En la cárcel estuvo día y medio. Allí decidieron trasladarlo a otro pueblo. Los pusieron en la parte trasera de un camión abierto. El que manejaba el camión era un amigo de mi padre.

Detrás del camión iba un auto sospechoso, siguiendolos. Habían avanzado como seis kilómetros, cuando ocurrió. De pronto, salieron armas por las ventanas del auto y les dispararon.

Al vecino de mi abuelo lo mataron instantáneamente. Mi abuelo, herido, saltó del camión y se refugió a un costado de la carretera.  Eran como las 4 de la mañana. Estaba muy oscuro. Con los focos del carro y unas linternas lo buscaron y lo remataron sin piedad.

Ese mismo día por la tarde, el chofer del camión, amiguisimo de mi padre, lo buscó para decirle:

No sabes qué pena tengo, qué dolor. A tu padre lo mataron en tal lugar y fueron “éste y éste y este” los que dispararon.

Mi padre profundamente adolorido, dijo una frase que repitió muchas veces:

La justicia es de Dios. Él hará brillar su justicia.

Mi padre era una persona sencilla, humilde, un hombre de campo, muy religioso.

Nosotros fuimos creciendo y mi padre nunca nos dijo quiénes eran los que habían asesinado a mi abuelo. Tenía sus motivos.

―No quiero que mis hijos crezcan con odios y revanchismos― decía.

Mi padre, incluso se sentaba en el bar con algunos de ellos y jugaban a las cartas, tranquilamente.

Tenía muy claro este pensamiento:

―La justicia es de Dios y siempre brilla.

Cuando yo me ordené de sacerdote, fuimos a llevar a mi hermana la mayor, que es una religiosa, a su convento. Al atardecer subimos a una ermita.

En el camino mi padre me dice:

Ahora sí hijo, te voy a decir toda la verdad. Los que mataron a tu abuelo fueron “éste, éste y éste”, los tres.Nunca les dije nada porque no quería que crecieran con ese terrible sentimiento que es el odio. Ahora sabes toda la verdad y te la he dicho porque eres sacerdote y yo sé que sabes perdonar.

En el momento que me lo dijo, ya dos habían fallecido de un cáncer muy doloroso, en el pueblo.

Al tercero yo lo conocí bien y lo traté muchas veces, porque se juntaba con mi cuñado a jugar cartas. Y yo sabiendo quién era, simplemente repetía el pensamiento de mi padre:

―La justicia es de Dios. Él sabrá juzgar a los hombres.

Yo lo saludaba y lo trataba regularmente, porque no había engendrado el odio en mi corazón.

Perdoné. Eso fue lo que mi padre, un hombre sencillo, me enseñó.

…………….

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