Esta mañana he despertado con una oración en los labios. He sentido la fuerte y dulce presencia de Dios en mí, a mi alrededor. Y he sentido la necesidad de hablar con Él. Decirle que le quiero, pedirle perdón por mis muchas ofensas y pedirle su bendición paternal.
Buen Dios, bendíceme.
Bendice a mi familia:
Bendice a los niños del mundo.
A los que padecen alguna enfermedad,
a los que están tristes, desconsolados,
los que sufren una injusticia,
los que son perseguidos por tu causa.
Apiádate de nosotros
que vivimos alejados de ti.
Bendice a los que leen
estas palabras y concédeles
tu Paz.
El buen Dios ha sido un padre para mí.
Lo sé con absoluta certeza, toda mi vida me ha cuidado con esmero. Ha estado presente a mi lado, cuidando mis pasos, a pesar de mis muchos desplantes.
Dios nunca deja de amarnos, porque es el Amor.
¿Puedes sentirlo a tu lado en este instante? Yo siento su presencia tan viva, que necesito detenerme por momentos para estar con Él. Y guardar silencio. Dios y yo. Es como una paz sobrenatural que te inunda de pronto y se desborda en tu alma. Necesitas compartirla, llevarla a los demás.
Me sobrecoge pensarlo: “En Dios vivimos, nos movemos y existimos” (Hechos 17, 28)
Hace poco en misa encontré una multitud entusiasmada. La iglesia estaba rebosante de personas. Venían de un retiro de Emaús del Santuario Nacional del Corazón de María. Y estaban llenos de Dios, felices. Tenían un gozo y un entusiasmo que se les desbordaba. Es maravilloso participar de una misa con estos dulces sentimientos.
Al finalizar la eucaristía, algunos se levantaron para compartir sus testimonios. Fue emocionante. Los escuché atentamente. Uno me impresionó.
“Fui al retiro porque me sentía sola. Estaba sola. Tuve que emigrar de mi país y apenas conocía a las personas de mi trabajo. Estaba alejada de Dios y sentía que Dios también estaba alejado de mí, que ya no me escuchaba. Creí que este retiro podía ayudarme a descubrir la verdad. Y así fue. El último día cayeron vendas de mis ojos y comprendí lo que desde un principio debía saber: “Dios siempre estuvo a mi lado, conmigo. Nunca estuve sola”.
Yo sólo pensé: “Qué bueno eres Señor”.
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¿Te sientes solo(a) Te paso un remedio.
Quisiéramos recomendarte un libro maravilloso, de nuestro autor Claudio de Castro . Este libro es como un abrazo para el alma. Te ayuda a lidiar con la soledad y a encontrarte con el mejor de los amigos, Jesús Sacramentado, que te espera en el sagrario. La presencia de Dios en nuestras vidas es el mejor remedio para todo. Debes leerlo. Se titula:
“Lidiando con la SOLEDAD”
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