Creo que una vez te lo conté, Siempre quise ser santo. Pero uno de esos santos anónimos de los que nadie habla y que están olvidados en la historia. No es algo nuevo. Ni es un anhelo exclusivo para nadie. La santa Biblia nos habla de la santidad y el amor de Dios por nosotros, sus hijos.
“Como hijos obedientes, no os amoldéis a las apetencias de antes, del tiempo de vuestra ignorancia, más bien, así como el que os ha llamado es santo, así también vosotros sed santos en toda vuestra conducta, como dice la Escritura: Seréis santos, porque santo soy yo.” (1 Pedro 1, 14-16)
Es un llamado de Dios para toda la humanidad.
“Santifíquense, pues, y sean santos, porque yo soy Yavé, el Dios de ustedes.”
(Levítico 230, 7)
Nunca esperé que fuese tan difícil esto de la santidad. Y lo es cuando desconoces el camino. Una cosa es la voluntad para serlo y otra lograrlo. Sé perfectamente que con mis pobres fuerzas nunca podré, por eso acudo con frecuencia a los pies de nuestra Madre del cielo y visito a Jesús Sacramentado en el sagrario.
En esa búsqueda me di cuenta que debía acudir a los que ya habían recorrido el camino y lo conocían bien y podrían describirlo, mostrarnos por dónde andar: los santos de nuestra Iglesia.
Acudí a san Alfonso y encontré en su libro “Práctica del Amor a Jesucristo” una receta de espiritualidad para la santidad. Me encantó. Es bellísima y no pierde actualidad. Reflejaba mis errores de forma contundente y me ayudó a encontrar el sendero que lleva al Paraíso, si nos esforzamos. Te la comparto:
“Hay quienes sí desean amar a Jesús y ser santos, pero a su antojo. Y si uno es melancólico quiere tener santidad, pero alejándose de todos y con pesimismo y melancolía. Y si uno es de carácter muy activo trata de querer ser santo sólo con obras exteriores, sin dedicar tiempo suficiente a la meditación y al silencio y a las buenas lecturas.
Otros creen que para ser santos basta con ayunos y penitencias, aunque no sean amables ni comprensivos, ni serviciales ni alegres. Y muchos se imaginas que serán santos porque se decían a muchas obras de caridad, aunque sus oraciones sean descuidadas y sin fervor. Y no faltan quienes quieren ser santos visitando muchos santuarios y haciendo frecuentes peregrinaciones, pero sin dedicarse seriamente a negarse a sí mismos y a tratar de agradar a Dios con sus palabras obras de cada día.
Para todos ellos hay que recordar que lo primero que hay que buscar en todo es cumplir la santa voluntad de Dios y esmerarse día por día, hora por hora en agradarle a nuestro Señor con nuestro modo de comportarnos”.
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