La Cuaresma está llegando a su fin.
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Creo que alguna vez te lo conté. El sacerdote celebraba misa en silla de ruedas. Tenía a su lado un joven que lo ayudaba, sobre todo a la hora de la comunión, abriendo el sagrario que estaba a una distancia considerable del altar y llevándole el copón con las hostias consagradas.
Era uno de esos sacerdotes marcados por el sufrimiento, que te hablan desde el fondo del alma.
Disfrutaba muchos sus homilías. Estaban llenas de sabiduría y de amor por la vida y a Jesús Sacramentado. Recuerdo sus confesiones y buenos consejos.
Aquella mañana había ido a misa. Escuché con atención su homilía.
Me encantan las homilías de los sacerdotes. Las escucho con atención. Aprendes mucho. Los sacerdotes tienen la experiencia que dan los años, una vida de oración, intimidad con Dios y haber conocido a tantas personas.
Al momento de la comunión, las personas hicieron dos filas frente al altar. Su ayudante lo colocó allí, para que pudiera distribuir la comunión y lo dejó un momento para ir al sagrario con la llave en la mano.
Seguí sus pasos desde la fila. Introdujo la llave y no pudo girarla. La sacó perplejo, volvió a introducirla y con ambas manos trato de girarla para abrir el sagrario, pero tampoco pudo. Varias veces lo intentó.
Sin pensarlo mucho, salí de la fila de comunión y me acerqué a él.
⸺¿Qué ocurre? ⸺le pregunté en voz baja.
Me miró preocupado.
⸺No funciona. La puerta se ha trabado. No logro abrirla.
⸺¿Me permites ayudarte?
Me entregó la llave del sagrario.
⸺¡Por favor!
Introduje lentamente la llave por la cerradura de la puerta de aquél hermoso sagrario donde estaba nuestro Señor, en toda su Majestad. Jesús escondido, prisionero del amor.
Al tratar de girar la llave me di cuenta de lo que ocurría. Algo impedía su giro.
Las personas desde la fila de comunión nos miraban. Esperaban.
Volví a intentarlo, sujetándola con ambas manos, poniendo toda la fuerza posible. ¡Imposible!
Me retiré unos pasos y me coloqué de rodillas ante Jesús en el sagrario. Para mí era imposible abrir el sagrario. Cerré los ojos unos segundos y oré con fervor.
⸺¿Dejarás sin comulgar a estas personas, Señor? Ellos te necesitan.
Me puse en pie, me acerqué al sagrario nuevamente, introduje la llave y giró toda.
¡Fue increíble! ¡Con cuanta suavidad abrió la puerta del sagrario!
sentí un gran alivio.
⸺Gracias Jesús.
En silencio me retiré y volví a la fila de comunión, mientras continuaba orando, agradeciendo esta gracia. Iba feliz. Me esperaba Jesús Sacramentado.
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