La Cuaresma está llegando a su fin.
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Siempre he imaginado el camino al cielo como una montaña que debes escalar. Hay muchos peligros esperando, pero es toda una aventura. Empiezas temprano y todo es sencillo, sin mayores complicaciones. A medida que avanzas se va empinando el terreno y se vuelve resbaladizo.
Encuentras en el camino personas que debes ayudar. Darles la mano.
Desde la base hay una baranda de metal y cuerdas, para que te aferres y no caigas. Son los sacramentos. La oración. La devoción a nuestra Madre Celestial.
Llegas a una altura donde muchos escaladores arman un campamento para descansar y retomar fuerzas. Se animan entre sí. Se cuentan sus experiencias. Y al día siguiente si hay buen clima inician la ascensión hacia la cima.
He visto a muchos quedarse a mitad de camino, en ese campamento a cierta altura. Son buenos, pero no santos. Se han conformado.
La escalada es exigente y peligrosa. Algunos resbalan y caen a precipicios. Otros sencillamente se devuelven.
He conocido escaladores que un ejemplo, procuran vivir el Evangelio y de pronto resbalan y caen. Y los señalamos, en lugar de tenderles la mano. Bien dicen que un árbol mientras más grande, más ruido hace al caer.
Rezo por ellos, como quisiera que rezaras por mí, con la esperanza que se recuperen pronto y vuelvan a escalar.
He comprobado que la oración es muy efectiva, sobre todo cuando rezas por los demás. En esos momentos Dios te mira complacido desde el cielo y te concede lo que pides, sin ninguna condición. Todo en Él es gratuidad y amor. Su naturaleza es el Amor, por tanto ama.
Continúo mi escalada con dificultad. Me han hecho daño y tengo la tentación de devolver golpe por golpe. Y Dios me dice: “Perdona a tus enemigos”.
Imagino a mi ángel de la guarda a cierta altura llamándome. “¡Vamos! ¡Tú puedes!”
Llega la noche y hacemos un campamento. Nuestra mente se concentra en la meta, pero llegan muchas tentaciones. La comodidad de una buena cama, una sopa caliente, una noche de diversión.
Allí sólo tienes incomodidad, frío, una comida insípida y un sueño que te mueve a continuar.
El espíritu del hombre es más fuerte de lo que parece, no se rinde con facilidad ante las muchas pruebas de la vida.
Amanece. Por la noche hubo una gran tormenta y el camino se ha tornado peligroso.
Abres tu Biblia, siempre la debes llevar contigo si escalas esta montaña. Es la guía segura para llegar a la meta.
“No encuentro el camino”, le dices a Jesús.
Y Él dulcemente te responde:
“No temas, Yo soy el camino y estoy contigo”.
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