A menudo me preguntan por qué mi amor a Jesús Sacramentado, escondido en el Sagrario. Cuando era un niño Jesús era mi vecino en Colón, una de las provincias de Panamá, donde pasé mi infancia. Cada mañana antes de partir al colegio cruzaba el diminuto parque que nos separaba y lo saludaba unos instantes y de rodillas lo adoraba.
Cuando me levantaba tarde y no podía cruzar por la llegada del busito escolar, sencillamente desde mi alma le enviaba un saludo agradeciéndole su amistad.
Al crecer me distancié un poco, pero sabía que Él me llamaba oculto en el sagrario. Me pasó al final como a Jeremías.
“…pero sentía en mí algo así como un fuego ardiente aprisionado en mis huesos, y aunque yo trataba de apagarlo, no podía.” (Jeremías 20, 9)
Un fuego de amor me consumía por dentro el alma y me rendí a sus pies, mi amigo Jesús, mi mejor amigo de la infancia.
Recuerdo mis pasos lentos, entrando en aquella capilla, sabiendo que Él me esperaba ilusionado.
Yo miraba al suelo, con timidez y Él me atravesaba con su mirada cargada de amor y Misericordia.
Al instante sentí su abrazo y sus palabras: “Aquí estoy Claudio, mi amigo”. Y en ese momento supe que todo estaba bien.
Éramos los de siempre, los grandes amigos, Jesús y yo. Y empecé a frecuentar la Iglesia para verlo en aquél sagrario del Inmaculado Corazón de María en Panamá.
Me sentía tan a gusto que deseaba pasar largas horas con Jesús ante aquél sagrario.
Me ha hecho innumerables favores, entre ellos restaurar la salud de uno de mis hijos, grave en un hospital, con días de nacido. Esos son los milagros de amor que no se pueden olvidar. Le debo tanto, me atrevería a decir que le debo todo.
Es un amigo extraordinario.
Recibo innumerables emails de los lectores de estos blogs y de los libros que tengo en Amazon. Muchos me cuentan sus desventuras y las dificultades que atraviesan, algunas muy dolorosas. A todos les aconsejo lo mismo, invariablemente:
“Visita a Jesús en el sagrario. Yo no sabría que hacer, pero sé que Él tiene todas las respuestas. Y cuando lo visitas con el corazón contrito, con espíritu de plegaria, te dará las gracias que necesitas en este momento y la fortaleza para continuar el camino de la vida”.
A los días me escriben sorprendidos, por las gracias recibidas. “Es una gracia inmerecida”,me dicen, “me ha restaurado la paz y me siento feliz”.
Amable lector, cuando esta situación mejore y nos permitan ir a misa, por favor no dejes de visitar, aunque sea unos segundos a Jesús en el sagrario de tu parroquia. No te canses de decirle que lo amas.
¿Te puedo pedir un favor? Cuando vayas dile: “Claudio te manda saludos, Jesús”.
¡Dios te bendiga!