Cuando cumples 50 años te sientas a reflexionar en la vida que has llevado y en lo que te queda por delante. Los hijos han crecido y empiezan a llegar los nietos. Todo cambia para ti.
Es una edad estupenda porque llevas contigo la experiencia que sólo dan los años.
Has vivido intensamente, amado, perdonado y ahora buscas algo nuevo, diferente… Una gran aventura que te llene de emociones. Comprendes que la mejor forma de vivir tu vida es «un día a la vez».
De joven crees que el tiempo se detendrá y que vas a conservar tu juventud y energías, por eso desperdicias lo más valioso que posees: el tiempo.
Al transcurrir los años le das valor a todo lo que dejaste pasar: un hermoso amanecer, la lectura de un poema, sentarse bajo la sombra de un árbol frondoso con tu esposa, observar la actividad de un pequeño hormiguero con tus hijos y nietos.
Es curioso, los niños de alguna forma lo saben y nos enseñan a valorar las pequeñas cosas de la vida, sus tesoros mas valiosos: una piedrecilla de colores, un pájaro que ha pasado volando bajo, unas nubes con formas curiosas, un abrazo fraternal, la sonrisa de quien amas…
Ahora que tengo 58 hago lo que me encanta: escribo a diario, leo muchos libros, tomo café con mi esposa, disfruto ir al parque con ella, visito a Jesús en el sagrario y pasamos largos ratos conversando.
Pienso mucho en el inmenso amor de Dios.
Descubro el dolor que se arraiga en tantas vidas. Y trato que mis palabras sean un motivo de esperanza.
He recibido tantas bendiciones, por eso debo dar más de mí. Trato de hacerlo con las palabras, contando historias, compartiendo mis aventuras con el buen Dios.
Ahora quisiera tener la mayor de todas las aventuras: vivir el Evangelio en su radicalidad.
No dudar, confiar plenamente y creer de verdad en las palabras que nos dijo Jesús: » Por eso os digo: No andéis preocupados por vuestra vida, qué comeréis, ni por vuestro cuerpo, con qué os vestiréis. ¿No vale más la vida que el alimento, y el cuerpo más que el vestido?” (Mateo 6, 25)
Mi vida sería totalmente diferente. Dejaría de preocuparme por cosas inútiles. Me tomaría más tiempo para escuchar su Palabra
«…te preocupas y te agitas por muchas cosas; y hay necesidad de una sola…” (Lucas 10, 41, 42)
¿Seré capaz de sentarme y escuchar a Jesús con calma?
Este año de la Misericordia le ruego al buen Dios que me enseñe a ser misericordioso, a no criticar y nunca pensar mal del otro.
Le pido la gracia de anhelar Su Palabra. Que esté dispuesto a ayudar siempre con amabilidad y una palabra de aliento al que se me acerque buscando un consejo o un pedazo de pan.
Tener la certeza que Cristo está frente a mí.
Señor dame la gracia de abandonarme en tu santa voluntad, y que seas siempre Tú quien me muestre el camino.
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