Es cierto eso de que en un matrimonio, ambos cónyuges van transformando poco a poco al otro. Lo ideal, y lo sano, es que esa transformación sea para bien y que, años después de casados, ambos sean mejores que al comienzo. Y digo mejores no en el sentido de perfección moral, ni siquiera de perfección operativa; ni siquiera mejores el uno para el otro. Me refiero más bien a mejores en cuanto a haber desplegado y desarrollado el ser y la vida que cada uno llevamos dentro.
Cuando mi mujer y yo nos casamos había muchos ámbitos de la vida que vivíamos de manera diferente. Y voy a concretar en uno: mi mujer es una excelente comensal y yo no tanto. A ella le gusta prácticamente todo y le encanta probar nuevos sabores, descubrir nuevos platos y es capaz de disfrutar con esas pequeñas aventuras gastronómicas. Yo, en cambio, era buen comensal en cuanto a la cantidad. Como mucho pero de lo que me gusta. Cuando voy a un restaurante me gusta ir a lo seguro y no soy de los que se aventuran. Era un conservador gastronómico. Me pedía aquello de siempre porque ya conocía su sabor y sabía que el éxito estaba asegurado. Yo podría comer pasta todo el día el resto de mi vida.
Este año hacemos quince de casados y puedo decir orgulloso que el estar a su lado me ha hecho mejor. Me ha hecho mejor porque sin sentirme obligado ni presionado he ido abriendo mi libertad y mi voluntad a nuevas experiencias. He probado nuevos platos. He ido a restaurantes exóticos. He disfrutado con nuevos sabores. He vivido lo que sin ella no habría vivido. Ella ha sabido guiarme para que la oportunidad pudiera existir.
Si esto sucede con un simple ejemplo, y no muy profundo, no me quiero ni imaginar en la cantidad de aspectos, algunos menos conscientes, donde ha pasado exactamente lo mismo. Y al revés. Quince años después, en nuestro matrimonio, ambos podemos decir que somos mejores que antes, porque hemos aprendido a vivir y a ser más con la ayuda del otro. Y eso no evita ni discusiones, ni peleas, ni desencuentros, ni dificultades, ni nada de nada… No es cuestión de romanticismo ni de idealizaciones. Es simplemente la propia dinámica del amor mutuo en pareja.
Si el amor no transforma, si no da vida, si no da frutos, si no hace feliz… no es amor. El amor nunca es aséptico, objetivo, plano. El amor verdadero, al contrario que la manipulación, me lleva a ser más yo y, a la vez, a ser más nosotros. ¿O no?
Un abrazo fraterno – @scasanovam