Estoy seguro que a muchos no les ha gustado que el Papa pida instaurar una jornada de oración por las víctimas de los abusos sexuales. Primero, porque a muchos todo lo referente a sexo les produce urticaria, como si no fuéramos seres sexuados desde nuestra creación. Segundo, porque eso significa reconocer en muchos casos que la Iglesia, en su pecado, tiene también sus propias víctimas en este asunto. Tercero, porque de alguna manera significa posicionarse del lado de la víctima y no de los “nuestros”. Y cuarto, porque es una medida más dentro de las decisiones que Roma ha ido tomando estos últimos años para prevenir, afrontar y corregir este gran drama en el seno de nuestra Iglesia.
Parece mentira que sigamos dándole vueltas a este asunto sin ser capaces tantas veces de reconocer que hay una víctima y que hay un verdugo, un abusador. Seguimos girando la rueda, buscando pretextos, razones, vacíos que, aunque no justifican, atenúan, matizan, suavizan… como si hubiera algo que suavizar o matizar. Que todos somos pecadores, ya lo sabemos. Que no somos quién para juzgar al peor de los abusadores, lo sabemos también. Que podemos encontrarnos en el cielo porque la misericordia de Dios es infinita, está claro. Pero aun sabiendo todo, mientras, aquí y ahora, la Iglesia tiene que ser Madre, más que nunca, de aquellos y aquellas que han sufrido en su seno.
Creo que sí, que la oración es parte de la curación, como expresa la Comisión, pero ni es suficiente ni milagrosa. La atención psicológica, espiritual, afectiva, personal… los cuidados que requieren heridas tan profundas y graves… ¡No podemos escatimar esfuerzos en sanar, en curar, en acompañar, en escuchar! Porque tengo la sensación de que a veces se nos escapa lo más fundamental: escuchar. Queremos paliar problemas, escándalos y pecados por la vía rápida. Queremos “tramitar” con ligereza y poco ruido y lo que la víctima necesita es otra cosa.
Ojalá esta propuesta del Papa, así como las anteriores y las que vendrán, sean acogidas en las iglesias locales. Porque, no nos engañemos, es ahí donde nos lo jugamos todo. En la actitud y en la acción de los obispos, de los párrocos, de los sacerdotes y de los propios fieles y hermanos en la fe… es donde la víctima va a ir a buscar consuelo, apoyo y amor maternal. Y lo tiene que encontrar.