Llega el final de curso y la sensación de alivio empieza a sobrevolar cada rincón de casa. Cada curso que comienza requiere de las energías, las ilusiones, la atención, el trabajo y el cuidado de toda la familia. Y cuando acaba… pues uno descansa. Nunca hemos sido de los que el verano les ha supuesto un problema o un agobio. A nosotros nos gusta estar juntos, compartir rato, pasarlo bien, descansar, aprender de otra manera… y la exigencia hasta junio es tan grande que se respira cuando llega el final.
Necesitamos momentos de descanso. Nosotros y nuestros hijos. A veces pienso que les exigimos mucho. Otras veces que les exigimos poco. El debate de siempre sigue vivo, como veis. Pero cada uno ha puesto lo mejor para sacar este curso adelante. Las familias con hijos en edad escolar, al menos la mía, funcionamos más por año escolar que por año natural, y uno celebra más el cierre del colegio que las doce campanadas de fin de año. Hemos sido puestos a prueba y hemos vencido, un año más. Y ahora toca relajarse y descansar, que también es muy de Dios.
Las familias vivimos a un ritmo demasiado alto. Nuestras madres y abuelas a veces nos miran perplejas intentando entender por qué. El caso es que trabajando los dos, con tres hijos, diferentes horarios de clase, actividades extraescolares, compromisos y voluntariados varios, vida comunitaria, etc. los días se quedan demasiado cortos. Demasiadas veces nos agobiamos, nos estresamos, nos descomponemos, nos tiramos de los pelos, nos agotamos… con lo que eso conlleva de desgate familiar, con discusiones, tensiones, malos entendidos… ¿Cuál es la solución? Intentar vivirlo con más paz y tomar opciones al respecto para que nuestros días sean más llevaderos. Porque quejarse y no cambiar nada, aun sabiendo que es una dinámica insana, nos lleva a lugares nada prometedores.
El equilibrio no es fácil. Llevamos el “hacer” metido en las venas y eso de descansar a veces parece pecado. Todo sobre nuestras espaldas, poder con todo, sentirnos imprescindibles, estar a todo para todos, tener la casa perfecta, ser el mejor en el trabajo… ¡Cuándo nos daremos cuentas que son nuestras pequeñeces, nuestras debilidades, nuestras miserias como familia, nuestros intentos, nuestro “necesitarnos”… lo que nos hace más fuertes, más uno, más dispuestos a poner a Dios en medio del salón.
Ojalá el verano transcurra con normalidad y que aquellos que tenemos la suerte y la bendición de descansar y tener vacaciones, las aprovechemos con la mente y el corazón también puestos en aquellos que, injustamente, ni siquiera saben si estarán vivos mañana.
Un abrazo fraterno – @scasanovam