A veces me hago esta pregunta: si Dios me llama a algo, ¿por qué no sale? Creo que es una de las experiencias más difíciles en el camino de seguimiento, en el trayecto de la fe. Porque cuando uno discierne claramente su vocación y esta no acaba de cristalizarse, la impaciencia y la desazón empiezan a ganar terreno. Al principio toman posiciones, despacio y sin aparentar peligro ni amenaza; pero cada día que pasa, cada semana, cada mes… lo que parecían movimientos ingenuos, acaban poniendo en jaque a la propia paz interior.
La pregunta nunca viene sola. Siempre llega con miedos, temblores, enfados… Porque, de repente, a veces sin que uno haya llegado a preveerlo, es como si se pusiera en cuestión la vida misma, el sentido de los pasos tomados. Y eso es, sencillamente, doloroso.
Estos días pienso que tal vez esto sea parte del camino y de la cruz, esa gran olvidada que parece que sólo contemplamos en la lectura de la Pasión o en un acto religioso, pero que luego cuesta tanto aceptar cuando aparece en la propia vida. ¿Es esto, Señor? ¿Es esta la cruz? ¿Es este el precio de apostar, de jugársela, de optar? ¿Por qué tiene que ser así? Si Tú me has soñado para algo, me has dado luz a lo largo de los años para que yo lo descubriera, me has regalado la fuerza y la confianza necesarias para emprender el camino hacia eso, dejando atrás otras sendas… ¿Por qué ahora esto? ¿Por qué, justo ahora que ya nada depende de mí, se queda todo en un estado de extraña pausa, de calma previa a la tempestad?
¿Ahora qué? ¿Qué se supone que debo hacer? ¿Cuál es la respuesta fiel a tu voluntad?
Muchas cosas se me pasaron ayer por la cabeza y algunas todavía están en revisión. Soy capaz de no actuar en caliente y dejar que las cosas reposen. Pero también soy capaz de tomar decisiones, de hablar y de mover fichas. Soy capaz de aguantar pero también de atacar. Soy capaz de aceptar pero también de rebelarme. ¿Qué es construir y qué es destruir? Me veo con fuerza pero… la fuerza adónde me lleva.
Señor, necesito que digas algo, que hagas algo, que me des alguna pista, que me ofrezcas alguna luz. ¿O ya me lo estás ofreciendo todo y soy yo, que no veo, que no siento, que no oigo? Si es así, Señor, quítame la venda de los ojos, el tapón de mis oídos, la armadura que me protege en la batalla.
Un abrazo fraterno – @scasanovam