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Rezando con niños. ¿Enseñando o aprendiendo?

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Santi Casanova - publicado el 09/01/16

En la escuela en la que trabajo, dedico varias horas de mi semana a acompañar a todos los grupos de 1º a 6º de Primaria (6-11 años), y también a 3º de Infantil (5 años), una hora a la semana, al oratorio. Yo les digo siempre: “El oratorio es uno de los lugares más importantes del colegio, aquí está el Señor y aquí cada uno podéis descansar delante de Él”. Es una experiencia preciosa a la que me acerco siempre con respeto y con ternura.

Acompañar a los niños y niñas a rezar es fácil y difícil a la vez. Por un lado, me digo: “Ahí está el Señor… ¿qué puedo hacer yo estando Él con ellos. Sobro”. Por otro lado, pienso: “Muchos de estos niños saben que ahí está el Señor pero no le conocen, no saben qué clase de Señor es. Tengo que ayudarles a que le conozcan”. Entonces descubro que soy yo quién más debe rezar para que el Señor haga conmigo lo que considere oportuno, para que sea Él quien les hable, y no yo; para que sea Él quien les mire, y no yo; para que sea Él el protagonista, y no yo.

  • El oratorio debe ser un lugar adonde los niños quieran venir, un lugar donde se sientan bien, donde esté a gusto. El oratorio debe ser casa, hogar. Yo intento recibirlos en la puerta, fuera, les doy la bienvenida con una sonrisa. Ellos notan que estoy encantado de compartir ese rato con ellos, que me alegro de verlos. El Señor se alegra ¡enormemente! de que vengan a verle. Ellos entran uno a uno y saludan al Señor.
  • La decoración o el estilo del oratorio debe conectar con quienes van a rezar. Son niños, no adultos. No hace falta pegar a Snoopy, a Pocoyó o a Bob Esponja en las paredes, pero sí hace falta que el lugar sea acogedor, que los colores sean suaves, que se perciba alegría y que el Señor ocupe, sin duda, el centro. ¿Cómo era Jesús con los niños, que no dejaban de tirarse a sus brazos y jugar con Él? Pues así debe ser el oratorio. Y todos en la misma línea, a la misma distancia del sagrario y siempre con visión directa. Nada de dobles filas.
  • Inmediatamente, intentamos todos conectar nuestra presencia en el oratorio con la vida cotidiana. ¿Cómo estamos? ¿Cómo nos ha ido la semana? ¿Cómo va el cole? Vamos a ponernos delante del Señor y no venimos a contarle teorías o a decirle lo que se supone que tenemos que decirle. Venimos a compartir nuestra vida con Él, a hablar con Él, con sencillez, pequeñez y naturalidad.
  • Y empezamos con la Señal de la Cruz y luego con una pequeña oración que uno de ellos lee. Esto les encanta. Yo siempre les digo que a través de quién lee la oración, todos rezamos. Leer es un servicio, una tarea, un llamada. La oración nos lleva a unos minutos de silencio donde cada uno, bien sentado y con los ojos cerrados, habla con Jesús. Le cuentan cómo están, lo que les preocupa, sus planes, lo que hicieron, sus alegrías, cómo les va en el cole… Y al terminar compartimos cómo nos hemos sentido. Creo que es bueno que ellos vean que orar les hace bien, que están a gusto, que encuentran paz. A su manera, es bueno que lo perciban, que conecten con su interior, que dejen al Señor actuar. Muchos comparten, incluso aquellos que han roto el silencio, que se han reído, que les ha costado, que han abierto los ojos… Y siempre les felicito por ello: “Delante del Señor es donde debemos poner nuestras dificultades. Es a Él a quien debemos contárselas. Y Él las acoge con cariño”.
  • Porque esa es otra… No siempre las cosas salen bien. No siempre se comportan como pienso que deberían hacerlo. ¿Qué hacer? Yo me propuse no gritar, ni castigar, ni llamar la atención en el oratorio. Creo que no es el lugar. A veces no lo consigo. Hay días difíciles, en los que ellos están nerviosos, revoltosos.. y consiguen sacarme de mis casillas… Y soy yo el que tiene que ponerse delante del Señor y contarle que no lo he conseguido… Aunque por otro lado, a veces pienso: “¿Por qué no ha salido bien? ¿Sólo porque no han estado como yo quería? ¿Sólo porque no se ha orado según lo previsto? ¿No es cierto que estando el Señor en medio… quién soy yo para decir que este o el otro lo ha hecho mal?”

Lo que más me gusta es que creo que en el oratorio todos podemos ser quienes realmente somos, todos podemos sabernos acogidos, todos nos sabemos encontrados y salimos al encuentro. Hasta nuestras carencias brotan en el lugar mejor para hacerlo. Nada hay que esconder. No en la oración. No en el oratorio.

Comienza el segundo trimestre. Que el Señor nos siga iluminando a todos, llamando, queriendo… y me siga dejando compartir con los niños todo este tiempo de encuentro con nuestro Padre.

Un abrazo fraterno – @scasanovam

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