Hoy es el Día Mundial del Refugiado. Coincide que estoy terminando de leer un magnífico libro, que recomiendo, de Agustín Morales, periodista independiente, director de 5W y contador de historias africanas, árabes y orientales. El libro se titula “No somos refugiados” y la vida que en él se trasluce tiene tantos nombres propios que es difícil leerlo sin dejarse atrapar el corazón. Esta lectura y el recuerdo en el día de hoy me están dando mucho que pensar. Tal vez ese sea el problema. Pensamos mucho y hacemos muy poco.
La pregunta que me martillea continuamente es si realmente estoy haciendo todo lo que se espera de alguien que se dice seguidor de Jesucristo, hijo de un Dios todo Amor y todo Misericordia. ¿Cuánto estaré alejándome de Dios por esta distancia que siento con respecto a todos estos hermanos que a lo largo y ancho del mundo sufren atrocidades y claman por manos que les auxilien?
Ya he rezado y sigo haciéndolo. Tal vez no lo suficiente.
Ya he aportado alguna cantidad económica para ayudar también en las necesidades básicas que constatan las personas que trabajan en el terreno.
Ya he dado voz en las redes sociales a una realidad que no cesa mientras miramos a otro lado.
Ya he intentado concienciar a amigos, alumnos, compañeros…
¿Qué más?
Siento que mi situación familiar y personal no me permite, así lo siento, ir a ayudar al terreno. Subirme a un barco a rescatar personas antes de que se ahoguen, ir a visitar y apoyar a estar personas en lugares de conflicto para llevarles una palabra de esperanza… ¿O sí puedo hacerlo y simplemente soy yo, por miedo, el que me digo que no, que Dios no espera eso de mí?
Uno no puede sofocar todo el sufrimiento del mundo. Incluso, tal vez, parte del trabajo personal y espiritual es aceptar toda esa maldad que campa a sus anchas, sin entender por qué o cómo vencerlo. Tal vez tenga más cerca realidades a las que no estoy dando respuesta por estar mirando demasiado lejos. Una abuela a la que cuidar, unos vecinos a los que atender, unos chavales por los que dar la vida, una mujer y unos hijos a los que amar mejor…
Es un momento de silencio y de contemplación. Es Dios mismo es el que se nos presenta. Es el mismo “Corpus Christi” sufriente, doliente, sediento, desnudo, preso… al que adorar y, a la vez, con el que volver a la vida. Dame Señor sabiduría, inteligencia, decisión, discernimiento para saber cómo actuar en cada momento y ayúdame a ser imagen tuya entre los hombres y mujeres de mi alrededor.
Un abrazo fraterno – @scasanovam