Para los jóvenes pero sin los jóvenes. Son inexpertos. No saben lo que quieren. Inestables. Poco comprometidos. ¿Cómo voy a contar con ellos?
Esta es la sensación generalizada en nuestra querida madre Iglesia en lo que se refiere a los jóvenes. Por mucho que digamos otra cosa, los hechos atestiguan que no nos acabamos de creer eso que dice el Documento Preparatorio para el próximo Sínodo: “A través de los jóvenes, la Iglesia podrá percibir la voz del Señor que resuena también hoy”. Ni de broma, decimos casi todos. Y así seguimos montando convivencias, procesos, Eucaristías, catequesis, ofertas pastorales, campos de trabajo, oraciones, etc. para los jóvenes, pero sin contar con ellos. Ellos sólo que vengan. Y como cada vez vienen menos pues claro… no podemos cargar contra nuestro inmovilismo y nuestro miedo, así que le seguimos echando la culpa a la sociedad secularizada, a la generación acomodada de los que lo tienen casi todo, a los que ya no cuentan con Dios para cambiar el mundo… De nada sirve mirar y ver la generosidad que sigue habiendo en sus corazones, el ansia de igualdad entre sexos, la defensa que hacen del respeto total a todos, sus ganas de superarse y de vencer sus propios límites, su compromiso en el voluntariado social… Nada. Como no vienen a nuestras iglesias, nada.
La Iglesia, una institución mayor, que camina con dificultad, necesita unos pulmones nuevos que la llenen de vida, que la hagan caminar por sendas hasta ahora inexploradas. Es cierto que la Iglesia es una institución que se mueve despacito y que se asienta, entre otras cosas, en la Tradición, en el Magisterio, en la Palabra de Dios… pero no debemos olvidar que, al final, es una experiencia de encuentro la que consigue que aquellos pescadores atemorizados tras la muerte de su Señor se lancen a predicar el Evangelio. Y esa experiencia de encuentro es algo que huele a juventud, a audacia, a valentía, a luz, a palabras frescas.
El Papa Francisco lo tiene claro pero… ¿hay alguien más? Las diócesis parecen estar sin combustible para llevar adelante una auténtica revolución en su seno. Vale. La palabra revolución no nos suele gustar… ¿Revulsivo? ¿Reforma? ¿Apuesta? Perdemos energías en seguir haciendo casi lo mismo de siempre sólo que revestido de ropaje moderno y juvenil. Nada ha cambiado. O muy poco. Lo sabemos. No nos engañemos. Y no queremos preguntar a los jóvenes, no vaya a ser que nos saquen los colores o que nos digan cosas que nos hagan santiguar. Que sigan yendo a las JMJ pero que luego no vengan a “armar lío”… que quede claro.
¡Venga señores! ¡Un poquito de confianza y otro poquito de sana osadía! Cristo sigue cuidando a su Iglesia. Si los mayores no hemos acabado con ella, pese a todo, ¿lo harán los jóvenes? ¡No creo!
Un abrazo fraterno – @scasanovam