Hace ya unos meses que participo, con alegría, en un grupo de padres y madres del colegio de los niños. No es un grupo de oración, no es un grupo de reflexión, no es un grupo de café y cigarro… Es, somos, un grupo de teatro.
Los padres y las madres de hoy, en mi modesta opinión y experiencia, necesitamos encontrarnos. La vida ajetreada que llevamos nos va separando de nuestras relaciones, de nuestras aficiones, de nuestros dones, de nosotros mismos, y va dejando en el centro de nuestro día a día un cúmulo de tareas centradas exclusivamente en los niños o en el trabajo. Esas tareas que llenan nuestra semana se asumen con amor, con dedicación y con entrega y, por supuesto, son signo de donación y de cuidado. Pero tienen trampa: la trampa de perdernos a nosotros mismos y, por tanto, la trampa de dejar de ser lo mejor que podemos ser, incluso para los demás.
Este grupo de teatro es oxígeno y cuánto más oxígeno, mejor estamos corporal y espiritualmente. Una vez a la semana ensayamos y luego, el resto de días, tenemos algo que nos saca de ese centro de obligaciones permanente. Y lo estamos disfrutando. El teatro saca de nosotros una capacidad a veces escondida, dormida o ahogada: la capacidad de soltarnos, de destensarnos, de disfrutar, de aprender, de interpretar. Nos permite soñar a ratitos y meternos en la piel de un personaje, de un elemento del decorado, asumir una función para el grupo y recibir ánimos y risas.
Nosotros nos lo pasamos muy bien. Nos reímos mucho. No tenemos grandes aspiraciones pero, a la vez, queremos hacerlo lo mejor que sabemos. Como decía El Principito, obra que estamos preparando en este momento, lo esencial es invisible a los ojos, sobre todo cuando te domesticas. Nosotros no éramos más que un grupo de padres y madres semejantes a cualquier padre o madre del colegio pero… ¡nos hemos domesticado! Ahora cada uno es único para el otro…
El camino hacia Dios tiene muchas veredas y rincones. No es que el teatro sea una manera en sí misma, que puede ser, pero ayuda enormemente porque me descentra de “ser por lo que hago” y me centra en “ser por lo que soy”. Y ahí adentro, en esa felicidad, en esa risa, en esa obra, en ese traje, en esa entonación ensayada y modulada… encuentro que tal vez Dios me estaba esperando y que yo no me había dado cuenta de lavadora en lavadora, de deberes en deberes, de actividad extraescolar en actividad extraescolar.
Ahora, cuando volvemos de ensayar, los ojos brillan y la sonrisa se asoma y eso me hace servir mejor a los que me rodean, que tienen derecho a disfrutar la mejor versión de mí mismo.
Un abrazo fraterno – @scasanovam