Cuando era niño me encantaban las películas ambientadas en la Edad Media en las que caballeros, guerreros, cortesanas y nobles rodeaban al Rey, aquel por el que todos estaban dispuestos a luchar.
Con Cristo he conocido, sin embargo, a un Rey que, al revés que todos, estuvo dispuesto a morir él por mí. Un Rey diferente, coronado de espinas, entronado en la cruz y vivo para siempre entre nosotros.
¿Cómo servirte, mi Rey? ¿Cómo pagarte tanto bien recibido?
¡Qué fácil es lanzarte esta pregunta y cuánto nos cuesta a veces llevar a la vida tu respuesta Señor! Dar de comer al hambriento, dar de beber al que tiene sed, visitar al preso y al enfermo, hospedar al forastero, vestir al desnudo… Demasiada tarea mi Rey para alguien tan pobre como yo. ¡Ayúdame, te lo ruego! Ayúdame y enséñame a no tener miedo, a no medir consecuencias, a no calcular riesgos, a no escatimar esfuerzos, a no guardarme la vida que te ofrezco…
Que no mire a otro lado. Que tienda siempre mi mano. Que disponga mi corazón al débil. Que abrace al que está solo. Que sepa mirarte en los ojos del que ha visto de cerca el dolor y la injusticia. Que te encuentre encarnado en cada hombre, en cada mujer, en cada hermano.
Oh mi Rey. Servir quiero para que reinar puedas.
Servir quiero y no siempre lo consigo. Me pueden mis temores, mis inseguridades, mis opciones desencaminadas y egoístas, mis pensamientos desordenados, mi soberbia disfrazada de donación, mis proyectos, mis preocupaciones, mis compromisos, mi… mis… mi… mis… Demasiado «mi» Señor, Demasiado ombligo para alguien que quiere servir al mayor de los Reyes.
¿Qué debo hacer? ¿Cómo puedo avanzar? ¿Cómo no desfallecer?
Oh mi Rey. Necesito silencio y oración. Necesito llenar mi corazón de tu Palabra, arroparme en tu escudo, construirme sobre tu roca.
Quiero que reines, Señor. Lo quiero. Sigamos, pues, en lo pequeño, en lo escondido, en lo débil, en la ligera contundencia de tu amor sin límites. Sigamos.
Un abrazo fraterno – @scasanovam