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Hay personas que dicen que casarse no tiene ningún valor, que para ir a echar una «firmita» pasan de gastarse tanto dinero y que, a la postre, lo más importante es el amor. En esto último estamos de acuerdo. Lo más importante es el amor. Y también estamos de acuerdo en que una «firmita»… no tiene nada de comparable al hecho de quererse, adorarse, respetarse y pensar un futuro en común.
Tal vez lo que habría que explicarle a estas personas es el valor de lo simbólico. El símbolo es una forma de representar lo intangible de forma tangible, es una realidad que se nos escapa, que nos hace viajar, que nos habla de algo mucho mayor de lo que nuestros sentidos pueden percibir en un momento dado. Sin el ámbito simbólico, estaríamos cojos, por no decir heridos de muerte. En esta sociedad tecnológica, científica y empirista, relativista, el símbolo no ha perdido su importancia y es un hecho que trasciende lo religioso para ocupar la publicidad, el marketing, la política, etc., etc., etc.
Eso que esta gente llama “firmita” es algo mucho mayor y no verlo es estar ciego. Es como ver en un abrazo un simple acople entre dos cuerpos. Esa firma nos habla de un universo que es difícil describir con palabras, de un compromiso que es demasiado grande como para explicarlo, de un amor entre dos personas que flota en el aire, que lo inunda todo, pero que al final tiene que tocar lo concreto de cada día. Sin esa “firmita” uno no se compra piso, ni recibe un préstamo, ni es identificado correctamente en su país, ni puede viajar, ni comprar a crédito, ni autorizar a sus hijos a actividades en la escuela… La “firmita” resulta que, pese a la filosofía de quitarle todo valor a lo que lo tiene, es algo en lo que yo me doy, me expreso, me defino, me sitúo…
El amor humano también vive de los símbolos. No es una realidad matemática, medible y comprobable. Es sentimiento y voluntad y deseo y vocación y… tantas cosas ¡y tan importantes! Apostar por una vida sin “firmita” es apostar por un proyecto sin abrazo, sin caricia, sin alianza, sin silencio, sin miradas, sin sueños… Es jugarse el todo por el todo a la pastilla azul de Matrix, a un proyecto que no es tal, a un compromiso que no se sustenta en nada, a un amor que es incapaz de concretarse y de explicarse a sí mismo.
Y todo esto nada tiene que ver ni con Dios ni con la religión ni con nada de nada. Eso es otro capítulo, que abordaremos un día. Esto sirve para todos. En toda cultura. En toda edad. En todo lugar.
Un abrazo fraterno – @scasanovam