Todos hemos tenido alguna vez experiencias de bienestar, alegría y felicidad. Son esos momentos que, cuando uno los experimenta, no desea que se acaben. Más bien al contrario, nos gustaría permanecer ahí, como en una burbujita, sin tener que “volver” a las preocupaciones diarias.
Si cayéramos más en la cuenta de que son varios los momentos que, de manera frecuente, nos hacen sentir bien, posiblemente nuestra vida sería más llevadera y beneficiosa. A veces sólo caemos en la cuenta cuando las situaciones son muy especiales: un viaje, una fiesta, una persona a la que hace mucho que no vemos… Pero ¿no estamos de acuerdo en que sin esperar a eso, hay cosas que nos hacen bien, personas que nos aportan paz, gestos que nos dan la vida? Un abrazo a tiempo, una mirada cómplice, una canción que nos alegra, una lectura que conecta con nuestras emociones, un lugar donde nos sentimos en casa… ¿Por qué no tomar conciencia y escribir al final del día en un papel todas ellas?
Son esos momentos en los que Dios acerca el cielo a la punta de nuestros dedos. Esa realidad espiritual y eterna, que anhelamos y esperamos, tiene ya su aperitivo aquí, hoy y ahora. Es un regalo del mismo Dios, al que encontramos fácilmente en esa sensación de plenitud y felicidad que nos invade y que lucha por no irse. ¡No hay que esperar a morirse para tocar el cielo! ¡No hay que esperar a dejar esta vida para acariciar y ver lo que nos espera después!
Ahora bien. Aquí, en la tierra, esos momentos son sólo adelantos. Bocanadas de eternidad que nos alimentan el deseo, que nutren nuestras profundidades. Hay que tocar tierra, pisar de nuevo el suelo, y seguir caminando. Con las pilas cargadas, eso sí, si hemos degustado la experiencia anterior. Con el corazón henchido de amor. Con el cuerpo descansado. Seguir caminando. Encontrándonos con las molestias de cada día, con los golpes y cansancios de cada semana, con los sufrimientos ajenos, con la voz de aquellos que nos piden ayuda.
No hay nada peor que vivir en una burbuja, ajeno al otro, de espaldas al mundo. Así que adelante. Sin miedo. Si el Señor está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros? Nada hay que temer. El cielo nos espera.
Un abrazo fraterno – @scasanovam