Llega la hora de acostarse y el ambiente no es propicio para hablar de Dios ni para hablar con Dios. A mí me gusta escribir de noche porque los niños están ya acostados, mi mujer se acuesta también, antes que yo, el silencio reina en la casa y es fácil que yo conecte con mis emociones, con mi interior, con lo que soy y con lo que quiero ser. Pero hoy no es ese día. Los niños se acaban de meter en la cama, aún de vacaciones, y mi mujer está viendo la tele, a mi lado.
Esta situación me hace recordar un cuentecillo que leí hace años en el que un joven maestro zen le explicaba a su anciano formador que iba a crear un centro de relajación y meditación en las montañas, alejado del mundanal ruido y del estrés de la ciudad. La respuesta del anciano maestro no se hizo esperar: – Las personas viven en la ciudad. O aprenden a meditar y conectar con su interior, a encontrar la paz, aquí o sino nunca lo harán. Lo de las montañas será un espejismo con fecha de caducidad… Creo que es cierto.
Necesitamos de vez en cuando condiciones óptimas para propiciar un encuentro intenso con el Señor. Por eso nos vamos de convivencia, por eso nos vamos de ejercicios espirituales, por eso nos vamos a la iglesia, al monasterio, al oratorio… Pero, por otro lado, debemos encontrar la manera de hablar con Dios, de estar con él, de encontrarle en nuestra imprevisible cotidianeidad, en nuestro ruidoso entorno. Si no lo hacemos, levitaremos en la convivencia, en el retiro, en la iglesia o en el oratorio y, al volver, sus efectos nos durarán poco. Porque no siempre consigo el silencio necesario, ni el necesario descanso, ni la luz idónea, ni el texto adecuado…
Aprender a tratar con Dios en el día a día no es muy diferente a la realidad de amor entre las personas, ya sea en la pareja, en la amistad, en la familia. Es fácil querernos de vez en cuando, de tanto en tanto, en hoteles de fin de semana, en vacaciones, escapadas, reencuentros, paseos efímeros y por whatsapp o skype. Pero luego hay que forjar la verdad de la relación en el minuto a minuto, en el estar juntos, pegados, cerca, siempre, hoy, mañana, aquí y allá, en casa, sin maquillaje, despeinados o en un mal momento.
Conozco personas que viven así su relación con Dios: una relación de fin de semana, idílica y perfecta. Yo no quiero eso. Prefiero pasar por el desaliento, la impaciencia, la tensión, el roce, la incomprensión, la incompatibilidad, la interconexión, la compañía y las “molestias” de una relación de cerca. Al fin y al cabo, esta es en definitiva la única que es de verdad.
Un abrazo fraterno – @scasanovam