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Este fin de semana tenemos boda. Una muy boda muy querida deseada. Me he dado cuenta de que eso es lo que marca la diferencia. Hay gente a la que le encanta ir de festejos, simplemente porque sí. Yo no soy de esos. A mí me gusta ir a aquellos que son queridos y deseados y en los que sé que los protagonistas están dando un paso verdaderamente significativo. Por eso quiero ir este fin de semana. Pero pensándolo un poco más, me he dado cuenta de que mi familia tiene varias cosas que hacer en esta boda:
- La primera es ACOMPAÑAR a los novios y a sus familias. Acompañar los procesos de las personas, sobre todo si son queridas; estar presentes en los momentos importantes de sus vidas y decirles, con tu presencia, que estás ahí, con ellos, apoyando, es muy importante. Ningún camino se hace del todo bien solo y es bueno sentirse y saberse acompañado.
- También tenemos que CELEBRAR. Celebrar la vida es fundamental y creyentes y no creyentes sabemos lo importante que es reconocerle a ciertos momentos y pasos una importancia excepcional. Una boda es una buena noticia para todos, no sólo para los novios y es algo que, por supuesto, merece una fiesta. Si además eres creyente y la enmarcas en una celebración comunitaria, pues tanto mejor, ya que reconoces que celebrar no es sólo algo hacia afuera sino que también es reconocerte querido por Dios y que ahora esa nueva familia se pone también al servicio del Reino.
- Luego está lo de SER TESTIGOS. Sí, ya sé que oficialmente hay testigos en muchas ceremonias, pero todos los somos, de alguna manera, y todos asumimos con ellos la responsabilidad de ayudar, vigilar, cuidar, sostener y recordar los compromisos adquiridos por ambos cónyuges y por la comunidad reunida.
- Y, por último, también es bueno RENOVAR los que ya estamos casados. Una boda siempre es buena ocasión para recordar la propia y para unirse a los novios en el momento de los consentimientos y renovar aquello que un día nos dijimos.
Como veis, quién sólo va a la boda por el VESTIR y el COMER se pierde una gran oportunidad de participar de un misterio maravillosamente humano, el de hacerse uno con el otro, el de darlo todo para siempre.
Un abrazo fraterno
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