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A mi mujer y a mí se nos ha encargado preparar una pequeña presentación sobre los mártires escolapios que fueron asesinados en 1936, al comienzo de la Guerra Civil española. Es parte de un encuentro de laicos y religiosos que tiene lugar este fin de semana al amparo del importante santo español, S. José de Calasanz, fundador de la primera escuela popular allá por el siglo XVII.
Leer los testimonios de los mártires o de aquellos que vivieron de cerca el fatal desenlace, hace brotar en uno demasiadas cuestiones y demasiado importantes. Preparar esta presentación, sin duda, esta siendo un tiempo de reflexión y gracia. ¿Por qué existen los mártires? ¿Cómo es posible que alguien acepte el martirio? ¿Qué dice Dios en los momentos en que muchos de sus santos y justos y buenos testigos son ejecutados? ¿No es algo del pasado esto de los mártires?
Evidentemente, tras el martirio del sacerdote francés, mientras celebraba la Eucaristía, hace unos días, podemos decir que el martirio es algo que va incluido en el pack de cristiandad. La Iglesia es una Iglesia de mártires. Lo fue, lo sigue siendo y lo será también en el futuro. Y esto es así porque ser cristiano no es tanto seguir y creer en una doctrina o practicar una religión como seguir los pasos de Jesús de Nazaret, el Cristo. Todo cristiano debe ser testigo con su vida de la propia vida del Maestro. Extirpar un final violento, dentro de esta misión, es no aceptar la realidad misma que el propio Jesús padeció. ¿A qué Jesús estaríamos siguiendo entonces? ¿Al que protagoniza la primavera de Galilea? ¿Al que aclaman a la entrada de Jerusalén? Eso no sería seguirle a Él…
El martirio sigue existiendo porque sigue habiendo pecado, porque sigue habiendo personas que rechazan el mensaje, la propuesta, el Reino. La fe en Cristo, y sobre todo la vida de amor que de ella se desprende, sigue generando odio en muchos.
El martirio no se busca. Ni siquiera Jesús lo buscó. El martirio llega, es consecuencia. No es Dios quién lo envía… Dios no pide que mueras por Él. Dios te pide que seas fiel a Él… hasta el final, aunque ese final sea la muerte y aunque esta muerte sea violenta. Por eso muere el mártir. No es un acto aislado de su vida ni se vive de manera pasiva. Más bien al contrario. Activamente, el mártir da el paso definitivo que corona, con coherencia, toda una vida entregada, toda una vida para otros. Su verdad es la verdad de Jesucristo.
Cada mártir hace a la Iglesia más verdadera y más fuerte. Ojalá el Señor nos dé la fortaleza para ser fieles… hasta el final.
Un abrazo fraterno – @scasanovam