Reconozco que hay veces que me dan ganas de pasar las Navidades en soledad. ¿Te imaginas? Retirado en un monasterio, rezando con los monjes, dedicando todos los sentidos a sentir que Dios nace, que se encarna, que está en el mundo, que tengo su rostro y que tú también lo tienes. Y es que no sé si la familia, en Navidad, ayuda a vivir la verdad de lo celebrado o, por contra, es un estorbo, con perdón, que hemos convertido en el centro de la celebración misma.
La Navidad no es la fiesta de la familia. Sé que suena algo provocador pero… es lo que hay. La hemos convertido en la fiesta de la familia, porque era una fiesta entrañable, con muchos elementos para que los niños fueran el centro de estos días, y, sobre todo, para celebrar junto a aquellos que más importan la venida al mundo del Mesías. Todo eso estaba muy bien, cuando la familia se reunía en torno a un centro, a un motivo. La familia en sí misma no es el motivo. Lo siento. Y si eso pretenden hacerme creer, lo siento, me estorba. Quedamos otro día a merendar, nos tomamos un café juntos, charlamos y luego cada uno a su casa.
No soy de los críticos subversivos que ponen a caldo a la Navidad simplemente porque la hemos convertido en una patraña comercial y edulcorada. Creo que es bueno, humanamente hablando, que haya tiempos especiales, celebraciones especiales, momentos especiales. Creo que es bueno exteriorizar esta importancia y revestirla de fiesta. Creo que es bueno incluso hacernos algún regalo que otro sin caer en dramatismos. Pero no estoy dispuesto a tragarme lo familiar porque sí.
A veces añoro poder irme con mi mujer y mis hijos, en libertad, y pasar la Navidad en algún lugar que nos ayudara a vivirla en más verdad, en mayor intimidad, con mayor sosiego. A veces añoro poder decir, hacer y celebrar la Navidad como a mí me gusta. A veces añoro una Navidad en mayor silencio, en mayor soledad. Pero es imposible. ¡Las familias se imponen! Las de un lado y las del otro. Como se te ocurra proponer alternativas desde la libertad de los hijos de Dios, buf, te encuentras con caras que denotan un desconcierto tal que prefieres ni intentarlo.
Es verdad que la historia de Belén gira en torno a una familia pero ojo, el centro sólo es uno, un Misterio al que conviene acercarse descalzo y cuidadosamente, sin ansias de desvelarlo a toda prisa. María y José dejaron a sus familias para embarcarse juntos en un viaje que cambiaría el rumbo de la humanidad. Nunca una familia protagonista fue tan pobre, vivió un momento tan sublime en tanto desamparo, con tan pocos focos, luces y atenciones. Les bastaba la confianza en Dios y la alegría por recibir entre sus brazos a Aquel a quién estaban esperando.
Ojalá nos acerquemos, ojalá, a vivir un poquito de esto esta Navidad. Con familia o sin familia, pero con Dios en el medio.
Un abrazo fraterno – @scasanovam