“Nuestra emoción puede transformar el mundo”. Así cierra Río unos JJOO que, como siempre, han dejado en nuestro corazón grabados, momentos de gran intensidad, de lágrimas, de alegría o tristeza. Emociones. Fácil sentirlas en la voz de Roberto Carlos… Emociones… Tan importantes y , a veces, tan denostadas.
¿Qué sería la vida sin las emociones? ¿Y la fe? Imposible imaginarlo. Las emociones son nuestro medio de comunicación de cabecera. No hay periódico ni red social que sea capaz de proveernos tanta información sobre lo que nos pasa y sobre lo que sucede a nuestro alrededor. El miedo, el enfado, la alegría, la tristeza, la ira, el asco, la vergüenza, la gratitud, el asombro, el orgullo… nos cuentan qué pasa en los rincones más escondidos de nuestra alma, qué sucede en lo invisible.
Todas las emociones son necesarias porque todas nos informan de algo que nos es útil. Nos susurran aquello que soñamos, los deseos que albergamos en nuestro corazón, le ponen nombre a lo que no queremos perder de ninguna manera, nos hablan de nuestros complejos, de si estamos sintiéndonos atacados, bendecidos… Nos hacen, al final, sentirnos vivos aun cuando esta vida no sea fácil ni agradable.
Mi trabajo con las emociones viene de lejos. En la comunidad de fe a la que pertenecía afrontamos durante un año una ambiciosa apuesta formativa acerca del propio conocimiento emocional. Fue una de las experiencias formativas más útiles que he vivido nunca. Clave para vivir en familia, para trabajar, para pertenecer a una comunidad, para entender a los que me rodean, para educar a mis hijos y a mis alumnos… y también para conocerme más y seguir dando pasos en la propia aceptación.
La fe y el seguimiento de Jesús no están exentos de emociones. No hay más que leer los Evangelios para comprobar que las emociones no fueron algo ajeno al Señor. Sus parábolas, sus predicaciones, sus encuentros, sus relaciones… los momentos más importantes de su vida y su misión tienen una carga emocional importante. Es parte de la encarnación. No podía ser de otra manera.
Y escucharlo y verlo y vivir con Él, antes y ahora, nos reporta un conjunto de emociones que nos empujan, nos animan, nos sostienen… Cuando la cabeza falla, cuando el entendimiento se rinde, cuando los argumentos se acaban, cuando la razón no es capaz de dar razón, siempre nos quedará la ternura y la suavidad de Roberto Carlos para poner voz y melodía a la caricia de un Dios que se emociona con nosotros.
Un abrazo fraterno – @scasanovam