La Cuaresma está llegando a su fin.
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Ha terminado en Katowice, este pasado fin de semana, la COP24, la Cumbre del Clima de la ONU que ha reunido a representantes de más de 200 países con el objetivo de establecer una regulación concreta para llevar a cabo los Acuerdos de París. Dicen que los resultados no han sido todo lo buenos que cabría esperar, sobre todo por las presiones de EEUU que, como sabemos desde que el Presidente Trump comenzó su mandato, pone en cuestión mucho de lo acordado en lo que se refiere al cambio climático y a las medidas a tomar.
A la vez, y aunque con menos intensidad, sigue habiendo cada fin de semana protestas del movimiento de los chalecos amarillos en Francia que, los detractores de estos acuerdos climáticos han aprovechado para poner como ejemplo de las consecuencias de las medidas acordadas. Y es que el movimiento comenzó como protesta por la subida de los impuestos de los carburantes que el Presidente Macron quiso poner en marcha.
La cuestión es… ¿esto va de clima sí o no? ¿Esto va del planeta o va de otra cosa? No se equivoca el Papa Francisco cuando en su encíclica «Laudato Si» nos recuerda que no hay crisis paralelas, la social y la ecológica, sino que hay una sola crisis y que mucho tiene que ver el cambio climático y el deterioro de nuestra casa común, con el descuido hacia nuestros semejantes, la crisis migratoria, las desigualdades sociales, etc.
Y es que no estamos olvidando del otro, de lo otro, de lo que vive más allá de nosotros mismos. Nos hemos tragado el anzuelo del individualismo, del éxito personal, del crecimiento por encima de todo, del estado de bienestar como producto al servicio de mercado que todo lo gobierna, de una tecnología que no es neutra sino que influye, y de qué manera, en la sociedad que estamos creando. Estamos en un Adviento tenso, calentito, zarandeado por protestas, indignación, hartazgo de las personas que, con expectativas legítimas de una vida mejor, comprueban cómo la corrupción de la clase política, dilapida toda la confianza que sustenta los sistemas democráticos.
Y aquí, en medio de todo esto, nos llega una Navidad nueva, única; el nacimiento de un niño, pequeño, desamparado y rechazado ya en su nacimiento, que viene justamente a lo contrario: Dios quiere ser uno de nosotros, Dios quiere relacionarse con nosotros, Dios quiere formar parte de nuestra historia. Es un órdago de Dios que nos ensordece de nuevo en el silencio más absoluto. Es el grito de la fragilidad, de lo último, de lo escondido, de lo apartado… el grito que nos recuerda que hay un otro, al que necesitamos y que nos necesita; un grito que nos recuerda que la naturaleza y el hombre forman parte de lo mismo, que se sobrecogen mutuamente, que viven entrelazados desde el comienzo; un grito que nos recuerda que no estamos solos, que somos un pueblo, que tenemos historia y que hay un futuro esperándonos, mejor y más hermoso que lo vivido.
Reciclar y cuidar el planeta, ser responsables con la luz y con el agua… debe ir a la par que la lucha por una justicia global, por el crecimiento del bien común. Mientras que el papel se recicla, los pobres se mueren de frío, de hambre, de pena. No vale mirar para otro lado. Cuando la estrella aparece… hay que seguir su rastro. Y llegar hasta el final, aunque la oscuridad del camino nos haga pensar que nos dirigimos a ninguna parte.
Un abrazo fraterno – @scasanovam