Estoy leyendo sosegadamente la Exhortación Apostólica “Gaudete et Exultate” de Francisco. Este tema de la santidad es algo que, sinceramente, nunca me ha preocupado mucho. Hay una total desconexión en mí de lo que dice la teoría y de lo que siento y vivo en mi vida cristiana. La santidad debe ser la aspiración de todo creyente. Y yo, cuando me dicen esto, trago saliva porque ni es algo que yo aspire ni es algo que sienta que puedo conseguir. Es como si esto de la santidad fuera un concepto más, un abstracto que nos tenemos que creer pero que nadie sabe exactamente de qué va.
Por eso me está gustando el comienzo de esta Exhortación. Porque tal vez, para mi gusto, desmitifica la santidad y la populariza. La baja al barro y la convierte en algo al alcance de muchos. ¡Mejor! La da por hecha en muchos: en madres, en abuelas, en conocidos varios, amigos, religiosos, sacerdotes, padres y madres de familia… personas desconocidas, sencillas, que luchan cada día por sacar adelante su vida, la de los que les rodean, y esto intentando ser fieles a Jesús de Nazaret. Habla de la santidad a la par que de las imperfecciones que todos tenemos y esto, sencillamente, lo hace pintar de otra manera.
Recuerdo que cuando los Tres Tenores (Domingo, Carreras y Pavarotti) comenzaron sus giras y popularizaron la ópera, no todos recibieron la iniciativa con agrado. Hubo voces críticas que, exigiendo mantener la tradición, clamaban por una ópera que siguiera siendo de unos pocos, una ópera que marcara la frontera entre clases. A muchos les pasa lo mismo con la santidad. Querrían que hubiera distancias grandes entre los santos y tú y yo. Querrían que la santidad siguiera reservada para “la creme de la creme” eclesial. Unos a un lado y otros al otro. Pero el caso es que en ese club selecto de santos… casi nadie quiere entrar.
Distanciamos tanto a los santos de su cotidiana normalidad, de sus pecadillos de todos los días, de su humanidad más evidente, que acabamos negándoles la posibilidad de que sean modelos reales y atractivos para los que venimos detrás que, bastante tenemos con sacar nuestra casa adelante, como para plantearnos si moriríamos mártires, si haríamos oración 3 horas al día, o si estaríamos dispuestos a vivir en una especie de cielo en la tierra, prometedor pero tremendamente aburrido. ¿Por qué hacemos esto?
La santidad no puede ser una carga pesada, ni una meta inalcanzable. Sólo Jesús fue realmente perfecto en su humanidad. El resto, simplemente, lo intentamos. Y claro que estamos llamados a parecernos a Dios cada vez más, pero también necesitamos que arropar a nuestros hijos, que dedicarles tiempo, que escuchar a nuestra esposa, que ayudar con los deberes, que ir a trabajar con una sonrisa todos los días, que mantener el buen humor en la adversidad… son gotas de santidad de la buena.
Juntos somos mejores. La santidad no se entiende desde la fuerza individual, sino desde la maravillosa tarea de acoger al otro tal como es, al más puro estilo de Jesús, para salvarnos con él, para salvarnos con ella. Estos somos la clase media de la santidad. Y a mucha honra.
Un abrazo fraterno – @scasanovam