Jesucristo en la cueva de Tailandia

Santi Casanova - publicado el 11/07/18

Estos días hemos estado todos en vilo a causa de los niños y el entrenador que quedaron atrapados en una cueva de Tailandia. Hemos seguido puntualmente los avances en lo que primero fue la búsqueda y luego, una vez encontrados, el rescate. Fueron unos días de reconocer muchas cosas en esta historia, entre otras la existencia de héroes anónimos que no saldrán en los libros de historia y la esperanza inquebrantable de unos pequeños y de su entrenador que, lejos de desesperar, nos ayudaron a mantener viva la fe de llevarlos a casa sanos y salvos.

¿Qué enseñanzas, como seguidor de Cristo, me han ido aportando las personas protagonistas de esta historia? Fundamentalmente, dos enseñanzas.

  • La primera enseñanza es que vale la pena entregarse, jugarse la vida, explorar los límites propios hasta la extenuación, con tal de rescatar a un hermano que está atrapado en un lugar que no le augura nada bueno. ¡Esto no es sólo físico! ¡También es una experiencia espiritual! La historia tailandesa vuelve a ser la historia de un tal Jesucristo que estuvo dispuesto a bajar a los adentros oscuros, a los infiernos, para sacarnos a todos de ahí. ¿Y nosotros? ¿Reconocemos a aquellos que se nos han ido? ¿Nos damos cuenta de quiénes se van quedando en el camino? ¿Percibimos los pasos de aquellos que, bien buscando cariño, bien buscando luz, bien buscando protección, bien buscándose a sí mismo, se pierde y queda atrapado? ¿Tenemos la honestidad de advertirles? ¿O cuando nos damos cuenta ya es demasiado tarde?
  • La segunda enseñanza es que ninguno estamos libre de perdernos. Torres más altas han caído. Personas más sabias han acabado sin salidas y sin luz. ¿Por qué no tú o yo, que somos pequeños, frágiles y llenos de dudas y flancos desprotegidos? No es pecado perderse. A veces es parte de la salvación. A veces es parte del camino. A veces es parte del esfuerzo y el ansia por llegar a la meta. A veces es consecuencia de poner a jugar los talentos personales. Y otras veces es fruto del egoísmo, de la soberbia, de la enfermiza certeza de quien se cree Dios. ¿Tendremos la honestidad personal de decírnoslo a la cara, que estamos perdidos, deshauciados y al borde del abismo?

Parece que hay historias que no pasan de moda. Por eso Jesús tiene que ver contigo, hoy, en pleno siglo XXI. Por eso la historia de la salvación no es algo del pasado y superado. Tal vez haya que renovar lenguajes, formas, y algunos ritos. De acuerdo. Pero el fondo del asunto, la experiencia de que Dios sale a nuestro encuentro para rescatarnos de la oscuridad y devolvernos a la felicidad de la luz, es algo que acerca el cielo a la tierra, ayer, hoy y siempre.

Un abrazo fraterno – @scasanovam

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