Estos días estamos inmersos en España en un nuevo debate sobre el lenguaje. Que si sigue siendo machista, que si hay que hacer transición a formas femeninas que ahora no existen, que si la Real Academia de la Lengua lo acepta o no lo acepta, que si portavoces y portavozas, diputados y diputadas, médicos y médicas, miembros y miembras…
El caso es que me dio por pensar en nuestro lenguaje religioso y he caído en que la mayoría de los momentos y términos más importantes de nuestra fe se presentan en género femenino. Hablamos de LA Navidad, LA Resurrección, LA Semana Santa, LA Pascua, LA Encarnación, LA cruz, LA creación, LA liturgia, LA madre, LA fe… Seguramente muchos encontrarán palabras también importantes que se presentan en masculino, empezando por la idea de Padre, de sacerdote, de obispo, de Papa, de Cristo… pero creo que hay una esencia en femenino tremendamente importante.
En qué jardines te metes, dirán algunos… Puede ser. Es más, no pretende ser esto ningún análisis en profundidad ni ningún estudio teológico concluyente. Pero a veces la simple curiosidad es capaz de llegar a un lugar sin mayores pretensiones.
Sigue habiendo una gran base masculina en nuestra sociedad. Son demasiados cientos y miles de años funcionando así y creo que los avances han ido poco a poco pero que son significativos. Lo femenino es parte de nuestra misma esencia y vive subyacente también en todo hombre y mujer. ¿Es plantear ya “lo femenino” algo machista? Creo que no. Somos distintos, gracias a Dios. Y nos reconocemos distintos. Y no se nos debe pedir ser lo que no somos. Pero también es justo y necesario reconocer que esa diferencia no es excluyente. Yo siempre me he considerado un hombre muy mujer, con aspectos muy femeninos (o tradicionalmente asociados a la mujer) desarrollados en mí. Igual que hay mujeres con aspectos masculinos (o tradicionalmente asociados al hombre).
En la Iglesia hay mucho camino por recorrer todavía en este campo. Y mucha resistencia a ello por parte de muchos. Que la mujer tiene un papel actual es innegable y que es valorada también. Pero que podría jugar un papel mucho mayor y que podría estar mucho más valorada… es algo que también parece innegable, pese a quién le pese.
En el fondo lo que nos duele es el poder y el control, dentro y fuera de la Iglesia. Perder la influencia y los privilegios que, durante siglos, han sido exclusivos del varón sólo por nacer varón y que la mujer ha tenido que luchar hasta la saciedad, sólo por nacer mujer. Y el lenguaje debe acompañar este movimiento. Tal vez discrepemos en cómo hacerlo con muchos aspirantes y aspirantas a revolucionarios y revolucionarias que aspiran a cambiar el mundo a base de torpezas y torpezos.
Sigamos caminando.
Un abrazo fraterno – @scasanovam