La Cuaresma está llegando a su fin.
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Estos pasados días se hicieron públicas unas imágenes en las que se podía contemplar, no sin asombro, qué sucede cuando un óvulo es fecundado por un espermatozoide. Cuánto que admirar y contemplar todavía, cuánto misterio sigue rodeándonos, gracias a Dios, y cuánta belleza sigue saliendo a nuestro paso para animarnos a postrarnos y descalzarnos ante algo sagrado, que se escapa de lo conocido. El instante de la fecundación está acompañado de una explosión de luz que ahora, gracias a las nuevas técnicas, conocemos y podemos comprobar. Un haz de luz, una chispa que anuncia que ahí, desde ese momento, algo único e irrepetible ha hecho su aparición en la historia de la Humanidad.
Aquella noche en Belén, también era la luz de una estrella la que anunciaba la llegada al mundo de Dios mismo, encarnado. ¿Por qué no pensar que eso vuelve a hacerse realidad cada vez que se produce el milagro de la fecundación? ¿Por qué no pensar que es Dios mismo también el que sigue creando, el que sigue haciéndose vida, el que sigue llegando al mundo a través de una mujer? La luz… la luz siempre vigía, siempre vigilante, siempre en vela, siempre advertencia, siempre alarma, siempre cartel, anuncio, llamada, fiesta…
Cada uno de nosotros somos, pues, hijos de la luz, misterios luminosos, únicos, irrepetibles, frutos de la alegría creadora de un Dios que no se cansa del hombre, que sigue sintiéndose a gusto en el seno materno de la mujer. Nuestra vida es, desde ese momento, una apuesta por ser fieles a esa luz que nos habita desde el comienzo o, por el contrario, una búsqueda de una luz externa que ilumine y dé calor a nuestros rincones más fríos.
A partir de mañana, todos los que hemos admirado este descubrimiento y nos hemos quedado con la boca abierta, contemplándolo, tenemos también una responsabilidad ante su existencia. A partir de mañana ya no caben excusas. A partir de mañana, tú, yo, debemos tratar a todo aquel o aquella con los que nos crucemos, como auténticos milagros de luz. Sabemos que la luz está ahí. Sabemos que la chispa se ha producido. Sabemos que la fiesta se ha celebrado. Miremos a los ojos, y a su corazón, y empeñémonos en descubrir dónde se esconde esa llama. No claudiquemos al odio, al rencor, a la envidia, a la soberbia, a la queja, a la crítica, al juicio… ¡No! Seamos no sólo portadores de luz sino también ¡buscadores de luz!
No giremos la cabeza. No nos pongamos gafas de sol. No elijamos la sombra. El misterio de Dios lo inunda todo, nos inunda, te inunda.
Un abrazo fraterno – @scasanovam