La Cuaresma está llegando a su fin.
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Mi mujer estuvo de retiro espiritual este pasado fin de semana. Sábado y domingo sin niños, sin mí, con algunos hermanos de la Fraternidad, centrada simplemente en hacer silencio, orar y contemplar. Yo tengo previsto hacer lo mismo en unos días.
Necesitamos estas experiencias. Ayer lo comentaba con un grupo de padres. Cada generación de niños que llega, está menos capacitada para la quietud, la pausa y el silencio. Les cuesta mucho estar quietos, les cuesta mucho callarse, les cuesta mucho escuchar, les cuesta mucho no hacer nada. ¡Pero es que a nosotros nos pasa tres cuartos de lo mismo! El ritmo al que nos vemos sometidos, la exigencia de sacar adelante trabajos, familia, casa, ocio… nos ha sumido en un frenesí del que nos cuesta salir. Un frenesí, por otro lado, insano física, psicológica y espiritualmente.
Necesitamos hacer un “stop” en nuestro día e irnos. Sí, irnos. En soledad. No nos viene mal separarnos de todo unos días. De hijos, de marido, de casa, de lugar, de ciudad, del móvil, de las tareas pendientes. Necesitamos vaciarnos un poco y ponernos delante de Dios para descansar y para dedicarle un rato. Es un instante donde esa relación mutua se nutre. Encontrándome, le encuentro. Encontrándole, me encuentro. Y me sano. Y me limpio. Y me miro. Y me espero. Y me quiero.
Conozco muchos padres y madres que creen que quieren más a sus hijos por no dejarles solos ni un minuto. Yo no debo ser tan bueno. Yo soy de los que creen que, por desear quererlos mejor, necesito cuidarme y ser yo mejor. Y para ser mejor esposo y esposa, hay que estar bien con uno. ¡Qué importante es tomar conciencia de mí mismo! Mirar de cara a mis miedos, mis heridas, mis agobios, mis fortalezas, mis sueños… ¡Qué importante ponerlos delante de Dios y aprender a acariciar mi pequeñez, mi vulnerabilidad, y hacerme fuerte desde ahí!
El silencio, en soledad, templa nuestro espíritu y nos da la posibilidad de escuchar aquello que queda normalmente oculto, ahogado por el ruido cotidiano que nos rodea. Hay mucho importante a escuchar en cada uno que, si lo dejamos pasar, va acumulándose en la bolsa afectiva de lo desatendido. Esa bolsa se llena algún día y cuando desborda, sus consecuencias son imprevisibles, cuando no desoladoras y dolorosas.
No tengamos miedo de encontrarnos. No estamos solos. Volveremos más fuertes. Por nosotros. Por los demás.
Un abrazo fraterno – @scasanovam