Viendo lo que está sucediendo en Chile, en España, en otros lugares del mundo, y sin pretender minimizar la necesidad legítima de las personas a manifestarse y a luchar por aquello por lo que creen, es evidente que las emociones llevan el timón y que el rumbo, bajo su mando, es imprevisible y, como podemos observar, inadecuado.
Aristóteles ya nos habló del «pathos» y de la necesidad de movilizar en la audiencia las emociones necesarias para que el mensaje cale. Todos hablamos muchas veces de la importancia de las emociones en el aprendizaje, de lo necesario que es para un comunicador generar algún efecto en las personas que lo escuchan o lo ven. En el ámbito religioso, sobre todo en la pastoral juvenil, reconocemos la importancia de lo emocional y lo afectivo en unas generaciones que necesitan un ambiente, una estética, un «algo» que les entre por los sentidos y les ayude a «conectar» con Dios. ¿Cuál es el problema entonces?
El problema es que lo emocional tiene su cara B. Esto lo manejan como nadie los políticos. Saben que emocionar es una técnica contrastada para manipular a las masas. Y aquí todos podemos caer. Apelar al subconsciente, cargar demasiado las tintas en lo emotivo, nos aleja de lo racional para embarcarnos en el peligroso universo de la toma de decisiones sin más peso que las emociones que uno habita. El miedo, el dolor, la vergüenza, el asco, el fervor patrio distorsionado… consiguen aquello que no consigue un buen argumentario muchas veces.
Ayer mismo compartía con mi hijo mayor una conversación a este respecto: la necesidad urgente de bajarnos de la impulsividad, de la inmediatez, de los absolutos, de los blancos o negros, de la banalización de la realidad, de la simpleza de los eslógans, de las grandes palabras, de los lemas de campaña, del egocentrismo selfie, de la tuitera posverdad. La gente se une a protestas sin saber quién las convoca, asume argumentos de otros sin contrastarlos, protesta por leyes injustas de las que desconoce su letra, da de comer a su ira y a su indignación sin ni siquiera haber interiorizado el porqué de su estado de excepción interior. Es escaso el espíritu crítico. Son escasas las ganas de encontrar la verdad. Estamos tan acostumbrados a que nos lo den todo hecho que toda búsqueda nos resulta un camino tedioso que no estamos dispuestos a transitar. Nos agota aprender, nos repele buscar a Dios, nos aburre buscarnos a nosotros mismos, nos provoca rechazo necesitar algo que no puedo conseguir ya.
Lo peor es que creo que mientras unos lanzan piedras, mientras otros queman barricadas, mientras otros lanzan proclamas, cierran filas y exclaman exabruptos… alguien, en algún lugar, está frotándose las manos pensando que la mecha ya ha prendido. A mayor desunión, mayor beneficio. Porque siempre hay algún beneficio aunque no suela ser el común para la mayoría. Nos hacen crecer que nos separa un barranco insalvable, aunque ese barrando sólo exista en la imaginación de los que se lo han tragado.
Siempre miro el mundo con esperanza. Creo firmemente que el ser humano va hacia adelante, con sus luces y sus sombras. Pero hoy el peligro no es tanto que intenten manipularnos sino, más bien, que, sabiéndolo, lo aceptemos sin más, vendiendo nuestra dignidad y nuestra inteligencia a quién, sencillamente, más nos emocione.
Un abrazo fraterno – @scasanovam