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El demonio tienta en el s. XXI

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Santi Casanova - publicado el 13/02/16

¡No es un cuento del pasado! ¡No es una invención! ¿Tentaciones? Cada día.

La tentación de los sentidos es la primera de las tentaciones. La tentación de calmar nuestras apetencias y de dejarnos llevar por lo que nuestros sentidos piden. ¿Que tengo hambre? Como. ¿Que tengo sed? Bebo. ¿Que me apetece comprarme un bollo aunque no tenga hambre? Me lo compro. ¿Que me apetece acostarme con esta mujer? Pues me acuesto con ella. ¿Que me apetece no levantarme de la cama y decir en el trabajo que estoy enfermo? Pues lo hago. ¿Que me apetece divertirme continuamente? Pues me monto una vida de entretenimiento continuo. ¿Que no me apetece estudiar? Pues no estudio. ¿Que me apetece otra lata de Coca-Cola? Pues me bebo otra. ¿Otra cerveza? Otra. ¿Ir de compras? Voy. ¿Evitar todo lo que huela a enfermo, a necesitado, a pobre? Pues lo evito. Es la tentación del “me apetece”.

Luego tenemos otra categoría que es la tentación del poder. La tentación de aparentar, de acaparar, de dominar, de tener. Tener un smartphone más caro y mejor que los que tienen los de mi pandilla. Tener unas zapatillas deportivas mejores. Tener una moto. Tener una Tablet. Tener un iPad. Tener una casa en la sierra, en la playa, en el barrio mejor de la ciudad. Trabajar 15 horas al día a costa de mi familia para poder vivir mejor. Acceder a puestos mejores para ser más, para creerme más. Ejercer mi autoridad con autoritarismo. Disfrutar de mis responsabilidades a base de caprichos. Despilfarrar. Vivir rodeado de lujos. Idolatrar la imagen que tienen de mí. Mirar por encima del hombro a los demás. Dar limosna anunciándolo a bombo y platillo. Dejar que la soberbia inunde mi corazón. Es la tentación del “yo soy más”.

Y la más sutil es la más grave de las tentaciones, que es la tentación de jugar con Dios y convertirlo en un juguetito. Es no asumir nuestra libertad, nuestras acciones, nuestras responsabilidades y pedirle que intervenga el mundo. Es provocarle y tentarle. Es pedirle lo que no hay que pedir. Es fomentar la imagen de un Dios mago, milagrero, solucionavidas, algo malabarista y equilibrista en el alambre. Es ponerle un gorro de payaso y una nariz roja para luego reírnos de Él. Es buscar razones para no creer al no tener la valentía de afrontar las consecuencias de la fe. Es desdeñar el amor por no tener narices de amar. Es llamarle voluntad de Dios a algo que no lo es. Es poner en sus manos lo que está en las nuestras. Es la tentación del “superDios de cómic”.

Todos somos tentados. Todos estamos en lucha. Jesús también lo estuvo. La pista que nos deja la Palabra está al comienzo: “Jesús, lleno del Espíritu Santo…” Con el Espíritu habitándome, las tentaciones se pueden mirar a la cara y ser vencidas. Cuando al Espíritu lo tenemos lejos de nuestro corazón… la tentación es demasiado fuerte.

Un abrazo fraterno – @scasanovam

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