Recuerdo uno de los retiros que hice con más de veinte años, en una residencia religiosa enfrente de la playa de Bastiagueiro, en Coruña, España. Recuerdo pasar allí varios días. Recuerdo las meditaciones en la capilla. Recuerdo la música de la Hermana Glenda para las oraciones. Recuerda pasear en silencio por la playa. Recuerdo las noches, primaverales y frescas, mirando el mar y sintiendo que podría estar allí y así toda la vida.
En el camino de la fe, hay momentos y personas que hacen que uno viva subidones en su seguimiento a Jesús. Son como pequeños “domingos de ramos” cotidianos y sencillos que animan a seguir al Maestro, a formar parte de la Iglesia, a intentar cambiar el mundo desde el amor, la entrega, la paz. Son momento absolutamente necesarios para mantenerse en pie en el camino. Son instante de “triunfo” que permiten reconocer en el corazón que seguir a “Éste” es seguir a Aquél que me va a hacer feliz plenamente.
Eso sí, tiene su trampa, la misma trampa que se cuajó en aquella entrada triunfal en Jerusalén, entre hossannas y palmas. Es la trampa de lo emocionante, de lo emotivo, de lo satisfactorio, de lo que me hace sentir bien junto a otros que viven lo mismo que yo. Es la trampa de pensar que eso es todo, que ahí se para mi vida, mi historia de fe, la historia de Jesús. Un Jesús que, no lo olvidemos, entra en Jerusalén, tras un largo camino, con el objetivo de llevar su misión a plenitud. La pregunta de la misión y de mi misión en el mundo cobra aquí, pues, extraordinaria relevancia. ¿Para qué estoy yo aquí? ¿Qué quiere Dios de mí? ¿Hacia dónde camino? ¿Qué busco? ¿Qué dicen los demás de mi persona? ¿Encuentran a Cristo en ella?
La Semana que estamos comenzando no es más que la historia misma de salvación repetida en todos, en cada momento, en cada lugar. Es el drama de una vida que se juega entre éxitos y desprecios, entre salvación y cruz, entre luz y tinieblas. Mr. Wonderful se quedaría sólo con la luz, con lo happy de todo esto. Pero eso, ni nos haría crecer ni nos haría felices realmente. Las burbujas estallan, como no puede ser de otra manera, y yo tengo que estar preparado.
Eso sí, mientras, aclamemos con alegría que nuestro Jesús, el Señor, el Maestro, es el Rey de nuestra vida: un Rey que se abaja a sanar los rincones más heridos de nuestro corazón.
Un abrazo fraterno – @scasanovam