Esta noche disfruté con mi mujer de un nuevo rato de teatro. Cada vez que esto sucede me acuerdo de mi abuelo, gran amante del género. También recuerdo a mi madre y su manera de inculcarme la belleza de un telón, un escenario y unas butacas llenas de gente. No frecuenté mucho el teatro, de pequeño, ni con mi abuelo ni con mi madre. ¡Y eso tiene más mérito! Todo lo consiguieron a base de contarme sus historias personales en el teatro. Pura transmisión oral, que dirían otros.
Hoy nos acercamos a ver “La golondrina”, un texto de Guillem Clua, llevado a escena por Carmen Maura y Dafnis Balduz. Dura por momentos, tierna a la vez, profunda, humana… De estas obras que te permite salir sobrecogido por la historia, la interpretación y los pensamientos que se van acumulando durante el transcurso de la misma. Una historia de amor, de madres e hijos, de pareja; una historia de dolor, que nos recuerda que la vida siempre está sometida al riesgo de zarpazos desgarradores.
Hay una pregunta que puede definir lo vivido y lo escuchado: “¿Qué nos hace verdaderamente humanos?”. La protagonista responderá: el dolor, la capacidad de sentir como propio el dolor ajeno. Dicho de otro modo: la compasión, la capacidad de padecer con el otro. Y esto, hoy, en un mundo ligero, chic, vacío, insustancial y sin grandes verdades, es todo un canto a la verdad y a la hondura.
Nos aterra el dolor. Escapamos de él. Y de todo sufrimiento. Es natural. Estamos diseñados para ser felices. Y el dolor, al menos en un principio, nos revuelve, nos preocupa, nos atormenta, nos saca de nuestras coordenadas, nos rompe incluso. Pero es posiblemente una de las realidades más incuestionables de la vida. Siempre llega, como la muerte. Puede ser en forma de pérdida, de decepción, de frustración, de traición, de abuso, de violencia… ¿Qué hacer cuando llega? ¿Cómo responder? ¿Cómo acoger la vida cuando nos llega torcida y furiosamente rebelde?
Me acuesto con la sensación de que hay situaciones, sentimientos, emociones y pensamientos que sólo se pueden afrontar cuando no hay más remedio. Pienso en tantos que ya han pasado por muchas de ellas. Algunos son conocidos y otros, los más, anónimos de noticiero y telediario. Sufrientes de la tierra que se merecen otra vida que colme con amor las heridas de esta.
Un abrazo fraterno – @scasanovam