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Ayer fue día de cine en familia. Nos fuimos los cinco a ver la tan ansiada última película de la saga de Star Wars, “Los últimos Jedi”. La sala llena. Ambiente de lujo. Butacas cómodas. Palomitas y mucha ilusión. Nos gustó mucho. Como todas. No somos especialmente exigentes con la saga, creo. Nos tiene ganados. Y aunque hay películas que son mejores que otras, sin duda, creo que las disfrutamos todas.
Al salir, lo primero que le pregunté al resto de la familia fue: “¿Cuál es la frase de la película?” Creo que se lo pregunté porque cuando la escuché me quedó grabada y me impactó de tal manera que ya nunca se me olvidará. Uno dijo una cosa, otro otra… la conclusión es que ninguno se había fijado. Procedí a desvelar el secreto: “Para vencer, no debes luchar contra lo que odias sino salvar lo que amas”. Me encantó.
Muchas veces le damos al pecado demasiado protagonismo. Ahí está, es verdad. Yo mismo y el mundo que me rodea estamos llenos de pecado. En mí hay aspectos que no consigo cambiar del todo, año tras año. Lo intento, de verdad. Lucho, me esfuerzo, me lo propongo… hasta que vuelvo a caer y a errar. ¿El mundo? Pues no hace falta más que mirar alrededor: injusto, consumista, superficial, sordo a la Palabra de Dios, violento, interesado, egoísta… Lo mismo. A veces vamos de cara contra eso y pretendemos luchar contra todo ello pero con las mismas armas o, al menos, con un planteamiento parecido: presentar batalla, resistencia, plantar cara al enemigo para destruirlo.
La frase de Star Wars, sin embargo, me sugiere una actitud mucho más parecida a la de Cristo. Una actitud no entendida por la mayoría, desconcertante en pleno ambiente de batalla, pero, a la postre, mucho más efectiva. Al pecado tal vez no se le venza encarándolo de frente, cuerno contra cuerno, derrochando energía y otorgándole el placer de la lucha encarnizada. Posiblemente la mejor manera de vencer al pecado es no dejarle que tome el control, no darle el placer de comprobar cómo nos despista, nos descentra de lo importante; en definitiva, no luchando contra él sino amando, multiplicando el bien, dándonos en mayor medida. A mayor pecado, mayor amor. A mayor oscuridad, mayor entrega. A mayor egoísmo, mayor donación.
Jesús no entró a combatir. Se dedicó a amar, a predicar, a darlo todo por todos. Mientras unos dominaban, rabiaban, murmuraban… Él pasaba por su tierra haciendo el bien, acogiendo, curando, hablando, perdonando, como ajeno a toda la batalla “oficial”. Y aceptó morir. Y la gran locura se consumó.
Más de dos mil años después… no ha habido revolución humana que haya cambiado tanto la historia y al hombre como la Cruz del Señor.
Un abrazo fraterno – @scasanovam