Querido Ignacio:
No nos conocemos. Esa es la realidad. Y aun así quiero escribirte. ¿Por qué? Simplemente porque el corazón sabe que hay momentos donde la gratitud es lo más grande que una persona puede ofrecer. Ese es mi caso. Nada más puedo ofrecerte. Y nada menos.
Los últimos instantes de tu vida han llenado portadas y crónicas de diarios, televisiones, radios y otros medios de comunicación del mundo entero. Muchos te llaman héroe aunque intuyo que tú les contestarías que no has hecho más que lo que te salió de dentro. Eso, querido amigo, habla mucho de cómo estaba construido y habitado tu “adentro”, ese lugar tan invisible y, a la vez, tan genuino de cada persona; el lugar donde somos de verdad, donde vive nuestra autenticidad, nuestra Verdad, nuestra Belleza.
No sabemos lo que se te pasó por la cabeza en ese instante donde saliste corriendo a ayudar a la mujer a la que estaban agrediendo vilmente los terroristas. Sí sabemos que tu miedo, si es que lo tuviste, no consiguió paralizarte y fue, sin duda, mucho menos efectivo que tu amor. Un amor que no fue demasiado pensado y por eso es más puro si cabe. Un amor no calculado. Un amor que asumió todos los riesgos del mundo. Un amor que respondió con firmeza, rapidez y naturalidad. Un amor visceral que concentró lo mejor de la humanidad, lo mejor de todos los hombres y mujeres que día tras día intentan, como tú, que este mundo sea más pacífico, más justo, más solidario, más fraterno.
Ignacio, has muerto pero no estás muerto. Estás vivo y no tengo ninguna duda de que desde el Paraíso, echarás una mano para que sepamos arreglar entre todos este desaguisado que tenemos montado en el mundo. ¿Cómo se ve todo desde ahí arriba? Supongo que pequeño, ¿verdad? Es que somos muy pequeños… y aquí seguimos, creyéndonos el centro del universo, peleándonos y odiándonos como si fuéramos niños chicos. ¿Hay algún ángel más en monopatín o eres el primero? ¡Lo que vas a entretener a todos los niños que se fueron demasiado pronto! ¡Y a esos refugiados que nadie quiso y que ahora disfrutan contigo de una paz inimaginable aquí abajo! ¡Y a tantos que, como tú, han muerto simplemente dando la vida por otros!
Te echaremos de menos. Nos has hecho mejores. A todos. Y nos has cargado de esperanza. Y nos has gritado, desde lo profundo, que la indiferencia y el miedo son los auténticos asesinos de una sociedad que se nos va de las manos. Nos has vuelto a deletrear la palabra g-e-n-e-r-o-s-i-d-a-d y nos enseñado la manera de levantar la mano y decir “ya voy yo” cuando alguien nos necesita cerca.
No sé si eres un santo. Ni siquiera sé si eres un héroe. Tal vez seas un travieso imprudente. Pero lo que sí sé es que eres una PERSONA. Y en un mundo en el que escasea la humanidad, sólo puedo terminar diciéndote GRACIAS. Le hablaré a mis hijos de ti.
Un fuerte abrazo fraterno – @scasanovam