Pues parece que es así. La primavera trae una multitud de celebraciones a nuestros templos, iglesias, parroquias, colegios religiosos… Los fotógrafos están de temporada alta. Y los restaurantes. Y las familias nerviositas perdidas. Que si el traje, que si el regalo, que si los invitados… ¡Qué os voy a contar que no sepáis! Pero he de reconocer que, un año más, me sitúo en la barrera y veo lo que sucede con cierto desasosiego y cierta sensación de impotencia.
La vivencia sacramental, sobre todo de los sacramentos de iniciación, está siendo actualmente muy pobre y las medidas que se están tomando son realmente insuficientes. Decimos que no pero lo justificamos casi todo con el efecto del sacramento, como si diera igual la disposición personal, la preparación y las circunstancias. Pues no dan igual. ¿Qué queréis que os diga? No dan igual. Y es importante que lo digamos. Y que lo pongamos en valor. Y que hagamos algo en consecuencia.
Por una parte, uno comprueba año tras año que poco cambia en muchas de las personas que acceden a estos sacramentos. En la mayoría de las parejas que se acercan a casarse, la sensación es que lo viven como trámite prescindible o, en el mejor de los casos, como la celebración de algo que se lleva viviendo y compartiendo mucho tiempo, incluso a nivel vital, sexual, etc. En las primeras comuniones, recibimos a cientos de familias cuya vinculación con la Iglesia es prácticamente nula y, lo que es peor, lo va a seguir siendo. No hay ningún interés por participar de lo que hay y desde la Iglesia no estamos sabiendo ofrecer nuevas realidades. Niños que poco saben de Jesús y para los que la catequesis y lo estudiado en el cole, si es religioso, no parece suficiente para acceder al sacramento central de la vida cristiana, la Eucaristía. Y la confirmación pues más de lo mismo. Jóvenes encorbatados y arregladitos muchos de ellos que quieren hacer felices a sus abuelitas o a sus papás y que se definen en muchos casos anticlericales. Y ahí están. Esa tarde, claro. Luego adiós. Y ahí va el señor obispo… a dar su homilía de 15 minutos como intentando quemar el último cartucho. Pero tampoco hay mucho más.
El anuncio ha sido deficiente. La recepción del mismo, limitado. Y la comunidad en la que se ha vivido el proceso y que acoge a estos hermanos… desaparecida en combate.
Sigamos. No pasa nada. Pero al menos seamos conscientes de lo que tenemos. Yo no me conformo. Hay que construir otra cosa. Hay que recuperar el sensus comunitario. No sé si las parroquias están listas para ello. No sé ni si tienen sentido hoy tal como están estructuradas. Pero sin comunidad detrás, sin experiencia de Dios, sin iniciación real, sin testimonio directo, sin Jesucristo… todo lo demás parece más un teatrillo que otra cosa. No aceptemos pulpo como animal de compañía. Por favor.
Un abrazo fraterno – @scasanovam