Mañana vamos a comer a casa de unos buenos amigos. Nos vamos a juntar casi 15 personas entre niños y adultos. Encuentros bonitos propiciados por el tiempo de descanso que nos procura el verano. Y en medio de este calor, ahí tengo a mi amiga cocinando desde las 8 de la mañana de hoy, preparando todo para que mañana esté todo listo.
Cocinar para otros es, sencillamente, un acto de amor del bueno. Tal vez estamos demasiado acostumbrados a ver a nuestras abuelas o a nuestras madres o padres, haciéndonos la comida y la cena, y no caemos en la cuenta de lo que significa esa entrega. Vale la pena pararse y darle valor. De todos es sabido que quién prepara la comida para otros disfruta con poco: ver a los comensales disfrutar es el mejor pago que puede recibir por su esfuerzo.
Alimentar a otros no deja de ser un acto que va más allá de la necesidad biológica de todo cuerpo. Alimentar no es simplemente «echar de comer». Es pensar previamente el menú, es comprar lo necesario, es repasar los gustos de cada uno, lo que cada uno necesita en cada momento, los mejores nutrientes para que uno crezca, el otro se recupere de su enfermedad, el otro no engorde, el otro se cargue de energía, el otro vea recompensado su cansancio de todo el día… Quién cocina de verdad sabe que cocinar es un pensar en el otro constante. Porque uno cocina para otros normalmente, para aquellos que se van a sentar a la mesa. Y con el corazón, entre harina y aceite, se entrega sin pedir nada a cambio.
A veces esperamos que los demás nos demuestren el amor que nos tienen de maneras que nunca nos satisfacen. Porque no nos abrazan lo que nos gustaría, porque no nos lanzan tequieros a cada rato, porque… ¿Pero no es cierto también que encerramos al amor? ¿No es cierto que demasiadas veces no alcanzamos a descubrirlo en pequeños y grandes gestos cotidianos?
La próxima vez que te sientes a la mesa, en el momento de la bendición, acuérdate de que todo ha sido cocinado, a fuego lento, por alguien que te quiere, por alguien que ha pensado en ti en cada vuelta de sartén, en cada pizca de sal, en cada chorro de aceite. Y, al menos con tu mirada, responde con amor al amor. Se lo merece. Agradecer es amor también, y del bueno.
Un abrazo fraterno – @scasanovam