Utilizó el título del célebre texto de don Miguel León-Portilla, el más grande de los estudiosos del pasado prehispánico de México y Mesoamérica, para resaltar la visita que hizo hoy el Papa Francisco a San Cristóbal de las Casas, en el sureño Estado de Chiapas (frontera con Guatemala).
En efecto, fiel a su costumbre (gozosa y aleccionadora) de ir a las entrañas del pueblo, Francisco “bajó” del altiplano mexicano a los altos de Chiapas, donde los tzeltales, los tzotziles, los zoques y los choles, entre otras etnias que por esa zona habitan, lo recibieron como a un “Tatic”, como a un padre.
Los antiguos señores de estas tierras ofrecieron su coloridos sombreros rituales, sus sones monótonos de una música que se adentra en la selva de los tiempos, al Papa y al mundo. Melancólica música y sincretismo que no acaba de tejerse en un mismo tapete de identidad. Retraso, marginación: un desastre nacional que los mexicanos no hemos querido (o no hemos sabido) resolver.
La Misa fue en varias lenguas. Los paramentos papales mostraron el arte textil de las mujeres indígenas. Manos milagrosas. Pobreza por todos lados. Pero una enorme dignidad pisoteada. Hemos fallado. Sin embargo, existe una Iglesia que ha crecido en la adversidad. La del obispo Samuel Ruíz. Ahora la del obispo Felipe Arizmendi. Los jesuitas están ahí desde hace muchos años. Francisco lo sabe: por eso, también, fue.
Fue a almorzar con gente de la zona y con el obispo titular, que va de salida, y el coadjutor. Ninguno de los grandes de por ahí se atreverá a acercarse. Los caciques y los gobernantes guardarán distancia. Francisco quiere compartir con los últimos de la fila.
Con ellos, hace 470 años, Fray Bartolomé de las Casas erigió su defensa frente a la Corona española. Su memoria perdura entre los indígenas chiapanecos. Ahora es Francisco. Su encuentro será fundamental para los años futuros. De los zoques, los triques, los huaves, los choles y los tzeltales, los lacandones y los mijes, los tzotziles y los nahuas, los otomíes, los toltecas, los totonacos, los huicholes, coras, tepehuanes, huastecos, mayas… los 11 millones de mexicanos que todavía no hablan bien “castilla”.
Algo más: entre los indígenas de México, el pasado no pasó: se quedó. Y en esa visión, les quedamos debiendo.