El Papa Francisco fue a Morelia por dos razones. Quizá por más, pero yo solamente quiero remarcar dos: por su necesidad de encontrar a las víctimas de la violencia en México y por el testimonio valiente de los obispos y sacerdotes que han enfrentado al crimen en el Estado de Michoacán, en especial el que fuera obispo de Apatzingán, monseñor Miguel Ángel Patiño, retirado en 2014, y el arzobispo de Morelia, cardenal Alberto Suárez Inda.
Michoacán es la muestra perfecta de un Estado riquísimo que se vino abajo por la corrupción y la violencia. Una metáfora de México: gran potencial, un pasado religioso extraordinario (Vasco de Quiroga fue el primer obispo de Michoacán y el gran civilizador de la región) y un presente roto, triste, empobrecido por el narcotráfico, el secuestro, la extorsión y la inoperancia política.
En México, 74 por ciento de sus habitantes dicen que el crimen es el mayor problema al que enfrentan, seguido por un 72 por ciento que se decanta por la corrupción de los líderes políticos y 71 por ciento por los cárteles de la droga y la violencia que la pelea por las plazas y el trasiego de la misma generan.
Todo eso se da en Michoacán. Al grado tal que gran cantidad de analistas políticos del país han calificado al Estado de Michoacán como un Estado fallido. Y no solo los analistas, el propio obispo de Apatzingán, situado en la región llamada “Tierra Caliente”, publicó, en octubre de 2013, una carta abierta a la opinión pública en la que decía:
El Estado de Michoacán tiene todas las características de un Estado Fallido. Los grupos criminales: Familia Michoacana, Zetas, Nueva Generación y Caballeros Templarios, principalmente, se lo disputan como si fuera un botín. La Costa: para la entrada de la droga y los insumos para la producción de las drogas sintéticas; la Sierra Madre del Sur y la zona aguacatera: para el cultivo de mariguana y amapola, el establecimiento de laboratorios para la producción de drogas sintéticas y refugio de los grupos criminales. Las ciudades más importantes y todo el Estado: para el trasiego y comercio de la droga, “venta de seguridad” (cuotas), secuestros, robos y toda clase de extorsión.
Las cosas, por desgracia, no han cambiado mucho en estos dos años y medio desde que monseñor Patiño hizo pública la denuncia. Él se preguntaba hasta cuándo Michoacán tendría que seguir soportando esta situación. Hoy, el Papa Francisco ha querido enfrentarla, junto con su buen amigo el cardenal Suárez Inda (a quien nombró cardenal cuando ya preparaba su renuncia canónica por límite de edad). Echarle la mano a la gente. Darle ánimo. Mostrarle el camino que es la Misericordia. Otra cosa será que le entiendan. Le hagan caso. Y políticos, sociedad civil, académicos y empresarios, junto con la Iglesia católica, reconstruyan las tierras de “Tata” Vasco.