Nuestra benjamina está enferma. Lleva dos días, «nadeando» de la cama al sofá y del sofá a la cama.
- “¿Quieres que te lea un cuento o que pintemos?”
- “Solo quiero estar contigo”.
Esta mañana he salido de casa sabiendo que me iba a costar concentrarme en el trabajo. Lo último que me ha dicho ha sido, “quédate conmigo”. Mientras me lo repetía yo terminaba de arreglarme a toda velocidad intentando que no me afectara lo que escuchaba.

Solo las que hemos pasado por eso -y digo «las» porque normalmente este tipo de peticiones van dirigidas a las madres- sabemos en qué estado sobrevivimos el resto del día. Digamos que no volvemos a estar al cien por cien hasta que regresamos a casa y damos un abrazo de oso a nuestro hijo.
Hoy tanto mi marido como yo teníamos un día complicado y el encaje de bolillos se planteaba casi imposible. Sin embargo, ha sido posible gracias a que mi adolescente favorito ha renunciado a su entrenamiento para llegar antes a casa y cubrir así el hueco a mediodía. Mi mediana ha puesto también su granito de arena renunciando a una tarde de cine con sus amigas para simplificar mis viajes y poder estar pendiente de la evolución de la peque.
No puedo estar más cansada, ni más con el corazón encogido por haberme pasado la mañana dándole a la tecla, en lugar de quedarme en casa con mi hija. Ni más orgullosa de sus hermanos a los que no ha hecho falta explicar dónde estaba hoy la prioridad. Es en estos gestos cuando ves que el esfuerzo va dando sus frutos. Ni son tan egoístas, ni tan irresponsables. Basta con ofrecerles la posibilidad de arrimar el hombro en algo que les importa de verdad. @amparolatre