Nada como la relación con mis hijos para hacerme pensar. Sin duda, son lo más estimulante que existe.
A raíz de las últimas discusiones con ellos y de otras situaciones que he vivido recientemente más allá del ámbito familiar, he recordado la frase de Miguel de Unamuno, «venceréis, pero no convenceréis».
A menudo tengo la sensación de que vencemos pero no convencemos. Y eso me entristece. Nuestros hijos hacen lo que les exigimos o les piden en el colegio porque se ven obligados a ello, pero no siempre porque estén convencidos del beneficio que algo conlleva.
Como madre aspiro a hacerles «entrar en razón», porque ésta es la manera más eficaz y más rápida de que estudien, recojan su habitación o que obedezcan en un momento dado, por poner ejemplos cotidianos.
He de decir que muchas veces lo consigo. Cuando no es así, la alternativa no siempre puede ser aplazar la batalla («se dará cuenta cuando madure»). Muchas veces no queda otra que vencer por las bravas. Pero eso a mí me deja un mal cuerpo enorme.
Menos mal que en casa lo habitual es aquello de convencer y aunque haya momentos de confrontación, son más esos en los que prima el diálogo constructivo o en los que el testimonio y la siembra diaria termina por darnos la razón.
Fuera del ámbito familiar me espanta la frecuencia con la que los que tienen la sartén por el mango pretenden imponer su parecer. Y me sorprende la torpeza con la que piensan que así llegarán a buen puerto. Error. Solo cuando convencemos profundamente y sabemos proponer las cosas con gracia en lugar de imponerlas, venceremos de verdad.
No siempre que logramos doblegar al que tenemos delante podemos decir que hemos vencido. El asunto es mucho más complicado que eso. Cada uno sabe a qué aspira. Yo como madre lo tengo claro, aunque vencer es el camino más corto y el más sencillo, mi aspiración es la de convencer, aunque mentalmente sea agotador. Hay que ver qué filosófico me ha quedado hoy el post. @amparolatre