Hoy escribo desde la casa en la que crecí; a varios cientos de kilómetros de donde crecen los míos, a la velocidad del rayo. He hecho un viaje relámpago a mi tierra para acompañar a mis padres durante una operación médica.
Después de la tarde eterna en el hospital, llego a casa para meterme directa en la cama y en mi habitación me encuentro con una rosa fresca en mi mesita de noche.
Siempre que vuelvo a casa me encuentro con la misma estampa. Una rosa fresca recién cogida de los rosales del jardín. Mi madre no se olvida jamás. Ni siquiera el trajín de la operación ha hecho que descuide los detalles que a ella le gusta tener con sus hijos o con cualquier persona que viene a casa.
Aunque no soy especialmente buena cuidando plantas, me encantan las flores frescas. Quizás por eso, una de las imágenes que me viene a la mente cuando pienso en mi madre, o cuando suena el teléfono y veo que es ella la que llama es esa rosa que siempre me encuentro en “mi habitación”.
No sé qué será lo primero en lo que piensen mis hijos dentro de unos años, cuando les llame para ver cómo les va la vida. Ahora lo que me repiten continuamente es que soy una pesada. Menos mal que hace unos días leí un artículo que “demostraba” que los hijos de madres “pesadas” tienen más posibilidades de tener éxito en la vida. Ya me quedo más tranquila.
Me consuela pensar que en cuanto a pesadez, mi madre me gana con mucho y sin embargo es una madre excelente. No sé si mis hijos dirían lo mismo de mí. Tendré que esperar unos años para saberlo. De momento y aprovechando que pasamos unos días separados -que de vez en cuando es de lo más saludable- voy a preguntarles qué es lo primero que les viene a la mente cuando piensan en mí. En el próximo post os cuento el resultado del experimento. @amparolatre