Una familia es de todo menos algo estático. Si algo la define es esa sensación de estar siempre en camino, siempre ideando, siempre cambiando, siempre creciendo.
En una familia va cambiando la edad de sus miembros, sus circunstancias, sus necesidades y por eso no hay paternidad con acomodamiento.
No se nos permite relajar la neurona, porque siempre hay alguna pequeña o grande crisis que requiere nuestra creatividad.
«Mi mediana» y yo no estamos nada satisfechas con la relación que tenemos ahora mismo. Nos queremos mucho, muchísimo y nos lo decimos, pero ambas estamos con el genio subido y discutimos más de la cuenta.
En los momentos en los que más calma necesita, en lugar de darle paz «le pongo de los nervios» y viceversa. Hay momentos en lo que yo salto como una posesa -según ella claro, yo no lo veo así- porque me da donde más me duele.
El caso es que cansadas ya de acabar los días llorando y con un nudo en el estómago hemos prometido darnos, precisamente aquello que reclamamos: dulzura.
Además de este propósito un tanto etéreo y relativo, que ha surgido de ambas, yo le he propuesto algo más concreto.
Desde ayer vuelvo a meterme en su cama un rato cada noche, como cuando era pequeña. Creo que un poco de mimo puede venirnos bien a las dos. La pequeña condición es que termine de recoger y preparar la mochila un ratito antes para no alargar el día demasiado.
Cualquier padre o hermano de familia numerosa sabe lo complicado que puede resultar a veces estar en el medio. En ese delicado territorio de nadie en el que los padres por mucho que nos esforcemos parece que no hacemos más que patinar.
El caso es que hace unos días pensaba que cuando «mi mediana» tenía la edad de «mi benjamina» yo ya no me quedaba con ella en la cama por las noches cuando iba a arrullarla. Estaba tan cansada con el bebé, que simplificaba al máximo los últimos minutos del día.
Pero he pensado retomar esta idea y convertirla en rutina. Quizás así logremos levantar un puente donde últimamente parece que hay un abismo. @amparolatre