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Ayer llegó a mi whatsapp la foto de la circular y poco a poco empecé a calentarme, pero llegó un momento en el que pensé, «igual exagero y no a todo el mundo le llama la atención este tema como a mí, que soy muy sensible con este asunto».
Sin embargo, cuando esta mañana lo he visto en varias portadas de periódicos y algunas de las personas a las que sigo en redes sociales comentaban el asunto, me he quedado tranquila.
Tranquila en el sentido de que veo que no estoy sola.
La escuela pública tiene que ser de calidad y debería ser un espacio en el que todo el mundo se sienta a gusto. Donde, por supuesto, las creencias no se impongan, pero donde se respeten. Y sobre todo, donde se ofrezca una cultura religiosa.
Me pregunto qué explicación de la Navidad se va a dar en un colegio, si no puede llevarse ningún adorno que haga referencia al nacimiento.
Yo estudié en la escuela pública y procedo de una familia de docentes muy vocacionados, que siempre han desarrollado su carrera en la enseñanza pública.
Sin embargo, la he descartado para mis hijos porque, tal y como se concibe actualmente, no solo no es una garantía para educar a nuestros hijos según nuestras propias convicciones, sino que independientemente de las creencias que cada uno profese, la formación en cuanto a cultura religiosa (tan necesaria para entender nuestro mundo) que nuestros hijos pueden adquirir es más bien escasa.
Decía hoy una amiga a propósito de esta circular que el mundo se va a extinguir por estupidez, «muertos de modernidad» será el diagnóstico.
Si algo bueno tienen estas noticias es que me hacen pensar en lo acertada de nuestra decisión al optar por el tipo de colegio que escogimos para nuestros hijos.
Y si la nostalgia puede considerarse como buena, otro de los efectos de estas historias son los recuerdos que me vienen a la mente del belén de mi colegio. Un belén gigante, diferente cada año, con el que D. Tomás nos tenía motivadísimos a todos -especialmente a los chicos y chicas a los que no interesaba nada de lo curricular- durante un trimestre entero. Nadie estaba obligado a hacerlo, pero os puedo asegurar que lo hacíamos con gusto y de paso alimentábamos una tradición, la belenística, que constituye una riqueza cultural tan merecedora de ser conservada como tantas otras. @amparolatre