La Cuaresma está llegando a su fin.
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En la familia la vida no es siempre de color de rosa. Ni con los hijos, ni con el marido, ni con los abuelos, ni con los hermanos. Y cuando las cosas no transcurren como desearía, me ayuda a no perder la paz pensar que hay momentos para sembrar y otros para recoger los frutos.
A veces son momentos que se solapan y otras se suceden, porque cuando uno tiene hijos jamás puede dejar de sembrar,aunque los frutos no se vean siempre.
Como madre veo que mientras les pedimos a ellos que sean pacientes, que sepan esperar, nosotros a menudo exigimos resultados inmediatos. Y las cosas no funcionan así. Como dijo mi hija mediana en una sobremesa hace unos días: «qué importante es entrenar la paciencia». Para todos, claro; sin distinción de edad.
En esos momentos en los que no vemos claro dónde ha ido a parar tanta semilla, no queda otra que esperar y rezar. Más aún si pensamos que nuestra manera de actuar ha sido acertada, o al menos, que responde a cierta lógica, porque aunque actuemos con la mejor intención no siempre está en nuestra mano «dar con al tecla» del que tenemos enfrente.
Estos días de familia con mayúsculas en los que nos juntamos en la mesa varias generaciones, me doy cuenta de la riqueza que supone para los niños la variedad de edades, situaciones y necesidades. Por seguir con la misma imagen, digamos que somos más personas sembrando al mismo tiempo.
Es Sábado Santo y esta invitación que se nos hace hoy a los cristianos de esperar, escuchar y contemplar me la llevo también a casa, donde como madre y como esposa también vivimos la cruz y la resurrección, donde no todos los días vemos los frutos deseados, pero donde no podemos caer en la desesperanza. @amparolatre