No entra en mis planes hacerme un lifting, pero claro, cuando tu hija de tres años te dice que tienes “raíles” en la frente piensas, “ostras”.
Va a ser que los cuarenta están dejando más huella de lo que pensaba. Será también que mi cara no es la de siempre porque hace dos semanas que más que vivir, sobrevivo, gracias a una panda de virus que se han instalado en casa y han tumbado primero a Sara y ahora a Ángel.
Pero cuando a los dos días del comentario, Sara vuelve al ataque y anuncia que va a soñar con mis raíles porque le gustan mucho… en fin, una ya no sabe cómo tomárselo.
Menos mal que un comentario así solo puede hacerme reír. Con los peques muchas veces las cosas tienen un porqué y si dedicas tiempo a observar sus jugadas, al final terminas atando cabos. Con “mis raíles” ha sucedido así.
La historia es tan simple como que en la clase de Sara de 3º de Infantil están trabajando un proyecto de los medios de transporte. Uno de ellos -como sabéis- es el tren, que -como también sabéis- se desplaza gracias a los raíles. Y a mi benjamina, es a lo que le recuerdan las arrugas que luzco con tanta honra.
En momentos en los que “vivo sin vivir en mí”, como llevo escrito en una pulsera teresiana, son las salidas de nuestra Sarita las que me sacan una sonrisa. Por cierto, muchos me habéis preguntado por la caja. Todavía sigue con nosotros, repleta de pegatinas, con cortinas y llena de comida de plástico. Admito sugerencias para sacarla de aquí antes del Domingo de Resurrección. @amparolatre