La Cuaresma está llegando a su fin.
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Hacemos listas con la ropa, revisamos una y otra vez lo que hemos metido en la maleta y a veces terminamos comprando más de lo necesario «por si acaso». Preparamos sus primeras salidas meticulosamente.
Sin embargo, creo que no cuidamos tanto el regreso de los campamentos, que también tienen su aquel.
Mi experiencia es que en general vuelven felices, pero no todos vuelven igual. Los hay que vuelven herméticos y otros que no dejan de hablar. Algunos vuelven con el chulo subido y otros queriendo demostrar todo lo que son capaces de hacer por sí solos.
A los padres nos da tranquilidad tener información y que la comunicación fluya de manera natural. Pero esto no siempre es así y el hecho de que no compartan mucho no tiene por qué ser sinónimo de que ha pasado algo malo.
No queda otra que aprender a acompañarles tanto si quieren abrirse como si no, aceptando esa dosis de misterio que todos llevamos consigo.
No sé si a vosotros os sucedía algo parecido, pero yo lo recuerdo como si fuera ahora. Cuando volvía a España después de casi dos meses en Irlanda, pasaba unos días muy nostálgica, con necesidad de contar pero también de estar sola en mi habitación viendo las fotos que había hecho, una y otra vez.
En los próximos días vuelven a casa «mi adolescente favorito», después de una breve estancia en Francia, y «mi preadolescente más sensible», que ahora mismo está disfrutando a tope en un campamento en plena naturaleza.
Espero saber ponerme en su lugar para poder darles lo que necesitan en su particular aterrizaje de vuelta a la normalidad, después de unos días muy intensos llenos de experiencias. Para los padres, cuando aún son pequeños, es un reto dejarles marchar y también hacerles la vuelta fácil. Vamos allá. @amparolatre