Mi sobrina se chupa el dedo en muchos momentos del día. Mientras se chupa el pulgar de una mano, con la otra se acaricia el pelo. Y en vacaciones, en una estampa tierna donde las haya, el pelo que decide enroscarse en su manita es el de su prima, que no se separa de su lado, asumiendo con mucha naturalidad este nuevo rol.
A todos nos parece de lo más lógico, porque su madre -mi hermana- hacía exactamente igual. Lo hizo durante mucho tiempo.
Es una suerte que la historia sea de este modo. Porque cuando la niña empezó a hacerlo, nadie se llevó las manos a la cabeza. Nadie en la familia ha pensado en llevarla al médico o buscar la causa en una posible falta de afecto o desequilibrio emocional.
Nada de nada. Mi sobrina está estupenda. Es una niña risueña, llena de energía, igual que lo era mi hermana. Con unos padres que la quieren y la atienden más que suficiente, igual que ocurría con mi hermana. Niñas normales, con una familia normal, que por la razón que sea (me pregunto si todo tiene que tener una razón) deciden llevarse el dedo a la boca y girar la cabeza cuando se les ofrece el chupete.
Qué bueno es tener un poco de perspectiva en la vida. Ay qué ver la paz que da.
El problema de la perspectiva es que solo se logra con los años. Algo positivo tendría que haber en lidiar con la adolescencia y la pre adolescencia al mismo tiempo ¿no?
Una de las actitudes respecto a la maternidad que creo que los padres debemos “hacernos mirar” es cierta obsesión con saber los porqués de cada movimiento de nuestros hijos para poder “corregir” o “reorientar” todo lo que pensamos que debe ser modificado. Sin darnos cuenta de que no todo tiene una explicación, ni todo tiene que ver con los errores de los padres (muchas veces sí, por supuesto). Cada niño viene con un gran interrogante bajo el brazo. Así es la vida, con su dosis de misterio.
No debemos hacer un mundo de pequeñeces como que un niño se chupe un dedo, tenga amigos imaginarios (Sara dice que tiene miles) o tenga miedo a la oscuridad.
Hoy me gustaría dedicar este post a tantos padres agobiados, mientras sus hijos se sienten tan a gusto con su dedo, como mi sobrina. Feliz como una perdiz. Seguro que cuando llega el momento de dejarlo, lo hace, sin más problema; igual que lo hizo su madre. Nada como alzar la mirada más allá de nuestro pequeño mundo y ampliar nuestras experiencias en la vida, para aprender a relativizar, lo que merece un lugar secundario en nuestra lista de preocupaciones.@amparolatre